lunes, 31 de octubre de 2011

La Cienciología busca los trapos sucios de 'South Park'


La asociación religiosa investiga la serie animada por ridiculizar a algunos de sus miembros más famosos


La asociación religiosa que ha conseguido atrapar a famosos artistas como Tom Cruise está empeñada en silenciar a Trey Parker y Matt Stone. Para ello está llevando a cabo una minuciosa investigación que tiene como objetivo encontrar los puntos débiles de los creadores de South Park

Marty Rathbun, un destacado miembro de la Iglesia de la Cienciología, ha publicado recientemente un memorándum que atribuye a un alto cargo de la Optical Society of America. "Las operaciones marchan con el objetivo de silenciar a Parker y Stone a pesar de que la Cienciología no ha tenido éxito últimamente", sentencia en su informe.

Para llevar a cabo esta investigación sobre la vida personal de Parker y Stone, la organización religiosa está recurriendo a "informantes, registros públicos y otros métodos varios", según recoge el texto del que se ha hecho eco The Hollywood Reporter.

"Llamadas de teléfono. Extractos bancarios. Cartas personales que expongan cualquier tipo de vulnerabilidad. Recetas. Se puede saber mucho de ti a partir de tu basura", explica Rathbun en el informe.

Según este escrito, la Iglesia de la Cienciología está recurriendo a allegados de los dibujantes para detectar sus puntos débiles: "Para encontrar una línea directa a Parker y Stone algunos de sus amigos han sido identificados". Entre estos "amigos" se citan al escritor Matthew Prager, el actor John Stamos y su mujer Rebecca Romijn, y el guionista David Goodman.

Trey Parker y Matt Stone despertaron la ira de la Iglesia de la Cienciología con el capítulo 137 de South Park: Atrapado en el Armario -Trapped in the Closet en su título original-. Emitido por primera vez en noviembre de 2005, esta entrega ridiculiza a la secta religiosa convirtiendo a Stan en la reencarnación de L. Ron Hubbard -fundador de la organización- y parodia a Tom Cruise, quien se encierra en un armario y se niega a salir hasta el final del capítulo.

En 2006 fue el mismo Tom Cruise el que protestó ante Viacom, propietaria de Comedy Central y Paramount. El actor amenazó con no cumplir sus obligaciones en la promoción de la película de Paramount Misión Imposible III si el capítulo Atrapado en el Armario volvía a ser emitido por Comedy Paramount.

Entonces Viacom optó por no volver a emitir el polémico capítulo a lo que los creadores de South Park respondieron muy sonadamente: "Cienciología, puede que hayas ganado esta batalla pero, ¡La guerra del millón de años por la tierra acaba de comenzar! Nos habéis parado por ahora pero vuestro intento de salvar a la humanidad fracasará. Invocamos a Xenu! Firmado: Trey Parker y Matt Stone, sirvientes del oscuro señor Xenu".

A partir de hoy entra en vigor el desahucio exprés


La norma pretende simplificar los procesos y acortar los tiempos de respuesta de los tribunales


El desahucio de viviendas por impago del inquilino podrá acelerarse a partir de hoy, cuando entra en vigor la Ley de Medidas de Agilización Procesal, que permite al propietario acogerse al sistema del proceso monitorio -rápido y sencillo- para la reclamación de las rentas y desahucio.

Esta norma, incluida en el plan de modernización de la Justicia del ministro Francisco Caamaño, acomete reformas destinadas a simplificar los procesos y acortar los tiempos de respuesta de los tribunales, mediante la eliminación de trámites innecesarios.

Entre otras, modifica la Ley de Enjuiciamiento Civil (LEC) al permitir que, una vez presentada la demanda por impago, el secretario judicial dé diez días al inquilino para que abone la cantidad adeudada, abandone la vivienda o presente las alegaciones por las que se opone al pago.

Si transcurrido dicho periodo el demandado no ha realizado ninguna de las opciones, el secretario judicial procederá directamente a dar fecha para el lanzamiento (día en el que se hace efectivo el desalojo del inmueble), previa solicitud del propietario.

Hasta ahora, tras la demanda por impago el Juzgado señalaba la fecha del juicio, en la que se reconocía al propietario el derecho a recuperar su vivienda, así como la fecha del lanzamiento, lo que alargaba los plazos meses.

Con la reforma actual, el derecho a recuperar la vivienda puede ser reconocido en un plazo de diez días.

No obstante, el abogado del despacho Lusilla y Asociados, Sergio Lusilla, aseguró a Efe que "la reforma será insuficiente" si no va acompañada de la implementación de personal en los juzgados".

Según explicó, hasta ahora, el arrendador debe esperar meses para el desalojo, llevado a cabo por una comisión judicial que fija las fechas por riguroso orden de asuntos.

Hacen falta más medios humanos que practiquen los lanzamientos en un "tiempo breve" para que el arrendador no tenga que esperar meses a que el personal del juzgado se desplace a su vivienda, acompañada de la fuerza pública, para devolvérsela, apuntó.

Esta modificación de la LEC viene a completar la llamada Ley de Medidas de Fomento y Agilización Procesal del Alquiler y Eficiencia Energética de los Edificios, denominada "Ley del desahucio exprés" que fue aprobada en 2009.

Esta norma redujo de dos meses a uno el plazo que debe transcurrir entre el momento en el que el arrendador exige por requerimiento el pago de las deudas atrasadas y el momento en que puede presentar una demanda.

Un millar de abrazos para el Niemeyer


Una cadena humana formada por unas mil personas rodea los edificios del centro cultural y corea consignas a favor de su continuidad


Un millar de personas abrazó ayer los edificios del Centro Niemeyer en un gesto de apoyo al equipamiento cultural, cuyo futuro está en tela de juicio por el pulso que mantienen el Gobierno del Principado y la fundación que lo gestiona. El abrazo se consiguió con una cadena humana que fue rodeando cada uno de los edificios que conforman el centro: el auditorio, la cúpula y la torre. Unos pocos lo intentaron también con el edificio de servicios múltiples, pero la cadena no daba para tanto. Al final, la multitud se dispuso con las manos entrelazadas alrededor de todo el perímetro de la plaza. La de ayer fue la tercera concentración ciudadana en la plaza del Niemeyer para apoyar al centro cultural. También la menos numerosa, tras descolgarse de la convocatoria varios de los colectivos que convocaron las anteriores que lograron reunir cerca de 4.000 y unas 5.000 personas respectivamente.

«¡Esta cadena, abraza al Niemeyer!» coreaban los manifestantes, al tiempo que -imitando una especie de danza prima- se balanceaban hacia delante y hacia atrás en torno a los edificios del centro cultural. Avelina González Fernández casi pierde el bolso con tanto ajetreo en el corro ciudadano. «Es lo de menos», dijo. «Todos tenemos que estar aquí hoy, ¡todos! Soy avilesina y defiendo mi ciudad. Lo que es bueno para mi ciudad es bueno para mí», manifestó. El matrimonio formado por José Manuel Suárez y María José Fernández, de Corvera, no se ha perdido ni una sola de las manifestaciones ciudadanas en apoyo del Centro Niemeyer. «El centro es importante para Avilés y para toda la comarca. Tenemos que movilizarnos, porque la solución parece complicada», explicaron antes de unir sus manos al del resto de los ciudadanos que abrazaron ayer al Niemeyer.

Mientras las voces, cada vez más fuertes, coreaban «¡Nuestro Niemeyer no se cierra!» la avilesina Susi Suárez hablaba de «justicia». Ella y sus amigas acudieron a la concentración de ayer porque la causa que defienden «es de justicia», afirmó. «Me gustaría que todo esto acabara bien, no pueden cerrar un equipamiento cultural como este por un capricho personal», manifestó.

Los que andaban más despistados ayer a mediodía en la plaza del Niemeyer eran los turistas. La escena de un millar de personas de la mano y en corro alrededor de los edificios les resultaba cuanto menos atípica. Algunos se acercaban a preguntar, y entonces su asombro crecía aún más. «¿Que lo quieren cerrar? ¿Entonces para qué lo han hecho?», preguntaba extrañada Marisefa de Lope, una madrileña de puente en Asturias.

La concentración terminó con un sonoro aplauso final, casi una hora después del comienzo del abrazo multitudinario al centro cultural.

La convocatoria de ayer estaba promovida desde las redes sociales. En concreto, la idea partió el grupo de Facebook «Yo apoyo al Centro Niemeyer». Ese fue el motivo por el que se descolgaron de la actividad algunos de los convocantes de las concentraciones anteriores, como es el caso de la Unión de Comerciantes (Ucayc) y los sindicatos UGT y CC OO. Estos colectivos explicaron que la concentración de ayer no se había convocado «de forma seria» y que ningún portavoz ni plataforma «está detrás de las reivindicaciones». Tras el abrazo ciudadano de ayer a los edificios no se leyó ningún manifiesto. Un «speaker» ataviado con la camiseta roja de apoyo al Niemeyer fue el encargado de organizar los grupos de personas y agradecer su asistencia, una vez concluido el acto.

Halloween no es estadounidense




La fuerza expansiva de la cultura estadounidense ha hecho que Halloween se haya popularizado en otros países, como en el nuestro. En España cada año tiene más seguidores, pero pocos son los que saben el verdadero origen de esta terrorífica costumbre.

Al contrario de lo que se pueda creer, el orígen de Halloween no tiene lugar en Estados Unidos, sino que fue nuestro continente el que exportó esta costumbre. Los celtas son los culpables de esta fiesta cada vez más extendida que los emigrantes europeos llevaron al otro lado del océano en el siglo XIX, sobre 1845.

Esta historia se remonta a más de 2.500 años. Era habitual que al llegar el día 31 de octubre de nuestro calendario, los celtas llevaran a su ganado de los prados a los establos para sobrevivir al invierno. En su calendario, este día coincidía con el último del año, momento en el que se suponía que los espíritus tenían permiso para salir de los cementerios e intentar resucitar apoderándose de los cuerpos de los vivos.
Decorados y disfraces para ahuyentar a los espíritus

Los poblados celtas debían impedir que éstos se acercasen a sus hogares y, para ello, pensaron en ensuciar sus casas y 'decorarlas' con huesos y demás elementos desagradables. Así, pensaban, los muertos pasarían de largo y no les harían daño.

Pero los celtas no se conformaban con 'disfrazar' sus casas, esa noche también solían vestirse con pieles de animales y así no ser descubiertos por los espíritus. Aquí nace la tradición de decorar las casas con motivos siniestros y de los disfraces.

domingo, 30 de octubre de 2011

Sinead O'Connor vuelve a la calvicie




MARIO ANZUONI

Sinead O'Connor ha vuelto a sus orígenes. Por lo menos en lo que concierne a su look capilar. O a su no look capilar, mejor dicho. La cantante irlandesa ha aparecido en un evento en Los Ángeles la noche del jueves con la cabeza rapada, tal como se hizo famosa en 1990. Pero los años no pasan en vano para ella. Tras 21 años y cuatro hijos, el cambio es muy notorio. Y los tatuajes que ha elegido tampoco aportan mucho a su imagen.

NORUEGA : El manual de la buena vida


Es el país que mejor funciona de Europa. Crece, no tiene paro, su deuda es mínima y está en cabeza de las clasificaciones sobre desarrollo humano. Es una sociedad que ha reconciliado el individualismo de sus habitantes con una idea de proyecto en común. Y ha triunfado. El petróleo ha hecho el resto. El atentado del mes de julio indica que la integración de la inmigración es su asignatura pendiente. Así es la potencia más silenciosa.
JESÚS RODRÍGUEZ 30/10/2011


Sencilla en su complejidad como ocurre siempre en la arquitectura nórdica; alzada sobre el mar; inmersa en un inmaculado parque de adoquines sembrado de violetas en el que cuando surge un despistado rayo de sol brota una marea de bebés y pensionistas en atuendo deportivo; con nueve siglos de historia, la catedral luterana de Stavanger, en la costa suroeste de Noruega, está considerada la más antigua del país. Su interior, mudo, pulcro, sobrio, sin imágenes, en el que las viejas tablas del suelo crujen bajo los pasos de los fieles, es el mejor reflejo del frugal estilo escandinavo de interpretar la vida, donde el lujo y el alarde son un pecado cívico y moral. El negro y el gris son los colores de este país: de su cielo gran parte del año; del salvaje mar del Norte; de la discreta ropa de su gente; de las rancheras suecas y alemanas; de las calles de Oslo. El negro y el gris mimetizan a los noruegos con su entorno, los uniformizan y hacen que sea difícil detectar la diferencia de clases. "No pienses que eres especial", rezaba la filosofía igualitarista del país.

Este centenario templo de Stavanger encierra otra metáfora del alma de Noruega. No tiene rígidos bancos corridos de madera como en las iglesias católicas donde los devotos se amontonan codo con codo. Aquí cada fiel ocupa una amplia e idéntica silla individual de asiento mullido con un pequeño espacio para que descanse el breviario sin molestar al vecino. Cada silla es una isla. No hay contacto físico entre los devotos. Si la vista desciende un poco, se percibe que todas están unidas con abrazaderas metálicas. Cada silla ocupa su propio espacio, pero es imposible separarla de su fila.

Juntos, pero no revueltos. Así son los noruegos. Un pueblo que, más allá de la riqueza que le proporciona el mar, sus bosques y el petróleo, ha basado su éxito económico y social en reconciliar su individualismo, herencia de un pasado de pescadores y campesinos aislados en cabañas de madera y en contacto íntimo con una naturaleza bella y dura; pobres, libres, puritanos y autosuficientes, con el extremo opuesto: con un profundo sentido comunitario que apuesta por el bien de todos, la igualdad, la solidaridad y, sobre todo, la confianza en el Estado niñera, que se ocupa sin grietas aparentes del bienestar de sus ciudadanos a través de las más generosas y antidiscriminatorias prestaciones sociales del planeta. Al tiempo, regula extensas parcelas de la vida de los noruegos (su educación, salud, pensiones, relaciones laborales y distribución de la riqueza) sin que a nadie parezca molestarle.

En Noruega, el servicio militar es obligatorio, y el 95% de las escuelas, públicas. El IVA alcanza el 25%. El petróleo es de propiedad estatal. Y los buenos estudiantes reciben generosos préstamos del Estado para matricularse en las mejores universidades del mundo. El Estado controla hasta el consumo de alcohol, cuyo monopolio ostenta a través de la red de tiendas Vinmonopolet, únicos comercios en Noruega donde se pueden comprar licores de más de 4,75 grados a un precio hasta tres veces más caro que en España. Una de las aficiones favoritas de los noruegos es saquear de bebidas alcohólicas y cartones de cigarrillos los anaqueles de las tiendas libres de impuestos de los aeropuertos en cuanto salen de su país. Una botella de whisky es un regalo siempre bien recibido en un hogar noruego. Sus anfitriones le acogerán descalzos, risueños, rodeados de niños, con una tarta casera y expresándose en un inglés perfecto.

Al mismo tiempo que el sueño igualitario del Estado de bienestar, acuñado tras la II Guerra Mundial y que ha estructurado desde entonces la convivencia en Europa (con partidos democristianos o socialdemócratas en el poder) se pone en cuestión ante el avance del neoliberalismo y por la crisis financiera, Noruega, una de las inventoras del sistema del bienestar, lucha por continuar en esa dirección; está en su ADN; navega por libre, como hace mil años, cuando sus antepasados vikingos se lanzaban al mar a tumba abierta en sus drakkar hacia Reino Unido, América (aún sin descubrir) y Bizancio. Noruega no ceja. Representa una equilibrada mezcla de capitalismo y colectivismo. De mercado y planificación, idealismo y realismo, neutralidad y afán de influencia, ingenuidad y estrategia. La cuestión es dar para recibir. "Soy generoso con mis impuestos porque el Estado es generoso conmigo". Un contrato entre la comunidad y el individuo que dura hasta la muerte. "Somos ciudadanos libres e iguales en la misma dirección", me dirá un sindicalista. En Noruega tiene más responsabilidad el que más tiene. Y no es difícil saber quién es. La información sobre los ingresos de cada ciudadano es pública a través de Internet.

Noruega camina discreta y sin aspavientos por esa tercera vía que le ha convertido en una potencia silenciosa; un próspero Estado ni emergente ni emergido que ocupa desde hace 30 años la primera posición en el Índice de Desarrollo Humano de las Naciones Unidas. Sus niveles de desempleo son anecdóticos; su renta por habitante, la mayor del planeta; su crecimiento, tras tres ejercicios titubeantes, se acercará este año al 3%; su deuda soberana es la más sólida del planeta, y tiene una completa paridad de género por ley tanto en el sector público como en el privado. Arnie Hole, directora general de Infancia, Igualdad e Inclusión Social, nos confirma que su ministerio tiene un presupuesto de 5.000 millones de euros (mil euros por habitante) "más que la suma de los ministerios de Pesca, Agricultura y Cultura juntos". El Estado de bienestar llega hasta el diseño y la arquitectura, que, según regula el Gobierno, debe "elegir soluciones ecológicas y energéticamente sostenibles, ser de buena calidad, promovida por el conocimiento y la competencia y visible internacionalmente". El Estado se reserva el papel de "salvaguardar el entorno cultural y velar por la herencia arquitectónica". Es una declaración de principios. Cuando pregunto a Andreas Vaa Bermann, arquitecto y director de la Fundación para la Promoción de la Arquitectura Nórdica, cuál es el objetivo del diseño en este país, contesta como un relámpago: "Mejorar la vida de la gente".

Noruega no se parece a nada; tampoco al resto de los Estados nórdicos, bajo cuyo yugo transcurrió parte de su historia. Los noruegos aún arrastran cierto complejo de inferioridad hacia sus vecinos. Aliviado en las últimas décadas por el bálsamo de los petrodólares. Hasta los años setenta, Noruega era el hermanito pequeño de Escandinavia. Unos campesinos aislados. "Lo que más deseaba un noruego era tener un Volvo con un chófer sueco", explica una profesora de la capital. "En parte lo hemos logrado; todos los camareros de Oslo son suecos; cobran más que en su país (no menos de 2.000 euros), y son más mundanos que nosotros".

Los noruegos no fueron tan cosmopolitas como los daneses ni tuvieron la tradición industrial y militar de los suecos; no tuvieron colonias ni participaron en guerras. En torno a esas pacíficas señas de identidad, Noruega iría acuñando una marcapaís de Estado frío, fiable y eficaz. Gracias a esa imagen ha conseguido una influencia internacional superior a su peso real. Noruega se ha convertido en el donante más generoso en cooperación internacional y un eficaz actor en la resolución de conflictos internacionales, como ocurrió en 1993 con los Acuerdos de Oslo, entre Arafat y Rabin con Bill Clinton de testigo, que se negociaron en secreto en la sede del FAFO, un think tank socialdemócrata. O, más recientemente, con la ex primera ministra laborista Gro Harlem Brundtland, muy activa en el proceso de paz del País Vasco.

Noruega ha seguido siempre su camino. En los mismos días en que estallaban los totalitarismos en Europa a comienzos del siglo XX, abolía la pena de muerte y se convertía en la sede del Nobel de la Paz. El primer rey del nuevo Estado, Haakon VII, exigió antes de ocupar el trono un referéndum para que el pueblo dijera si le quería; ganó; cuando tuvo que nombrar en los años veinte un primer ministro de izquierdas, profirió una frase que su pueblo recuerda con orgullo: "Soy también el rey de los comunistas".

El mar se convirtió pronto en su motor industrial gracias a la pesca y el transporte marítimo, unido a la generación de electricidad debido al gran caudal de agua dulce del país. Los noruegos se especializaron en diseñar barcos capaces de afrontar las peores condiciones y en la construcción de obras públicas. Viajar por la irregular y bellísima geografía del país supone atravesar decenas de estilizados puentes inmersos en la naturaleza, túneles interminables y navegar en sofisticados ferries sólidos como rompehielos. Ese dominio de la ingeniería le resultaría esencial cuando descubriera petróleo como embrión para desarrollar una industria nacional y no echarse en los brazos de las multinacionales. Hoy, Noruega, además de crudo, exporta conocimiento e innovación.

Su camino ha sido diferente al del resto de los países nórdicos. Para empezar, los noruegos optaron en dos referendos, en los años setenta y noventa, por dar la espalda a la Unión Europea (a la que sí pertenecen Finlandia, Suecia y Dinamarca). Ellos dicen que fue para salvaguardar sus cuotas de pesca y agricultura; lo que realmente querían defender era una soberanía nacional que no habían conseguido hasta zafarse en 1905 de Suecia en un pulso que ganaron sin pegar un tiro. Noruega es un pueblo viejo, pero un Estado joven. Empapado de romanticismo nacionalista. Celoso de sus tradiciones. A la primera de cambio, sus habitantes se lanzan a la calle ataviados con trajes regionales y la bandera nacional ondeando en la mano.

Dentro de esa línea de reafirmación nacional, los noruegos han defendido con ardor su modelo de sociedad frente a las instituciones europeas. Están, pero no están. No son miembros de la Unión Europea, pero forman parte del Espacio Económico Europeo. Han vuelto a poner en valor su particular visión de la sociedad y ese camino les ha mantenido a salvo de la recesión y los estertores del Estado de bienestar. La riqueza petrolera que engrasa toda la economía del país les hace reafirmarse en esa tercera vía; les proporciona 200.000 empleos y la mitad de sus exportaciones. Y un papel global: Noruega ya es el segundo exportador de gas y el tercero de crudo a nivel planetario.

No quieren cambiar. No lograron hacerlo los nazis a lo largo de una cruel invasión y administración del país durante cinco años a través del gobierno de un noruego títere (que hoy ningún noruego quiere recordar); ni los soviéticos, que les liberaron de Hitler para retirar a continuación su ejército sin exigir nada a cambio. Noruega, que tiene frontera con Rusia, fue el único Estado que Stalin no absorbió tras ocuparlo militarmente. Sin embargo, en 1948, un Gobierno de izquierdas anclaba la seguridad de Noruega a Occidente ingresando en la OTAN. Demostraban que su especialidad era navegar por aguas turbulentas. "Estar en la OTAN era una cuestión de subsistencia como país", explica un diplomático. "Teníamos a la URSS sobre nuestras cabezas y necesitábamos sentirnos seguros y dedicarnos a reconstruir el país, que estaba destrozado tras la guerra y con un 30% de desempleo. Estábamos con Estados Unidos en la Alianza, pero al tiempo nos negábamos a que la España de Franco entrara en la ONU. Teníamos una economía muy regulada y dirigida por el Estado. Éramos muy rojos".

Noruega representa un modelo irrepetible de sociedad nacido del aislamiento de una población escasa (cinco millones en un territorio con un tamaño de más de la mitad del de España) y homogénea en raza, cultura, religión y forma de vida (en los años setenta, un 94% de los ciudadanos eran de origen noruego, y un 86%, de religión protestante), cohesionada a través de un pasado de opresión por parte de sus vecinos y con una gran riqueza en recursos naturales. Con ese escenario uniforme y la omnipresencia del Estado, que regulaba las relaciones laborales y se aseguraba de que antes que una ley llegara al Parlamento hubiera consenso entre las fuerzas políticas, el progreso no se hizo esperar. El modelo funcionó en Noruega mucho antes de encontrar petróleo. El problema llegaría a partir de los noventa con la avalancha de inmigrantes que iba a desequilibrar esa eficiente sociedad monocolor. Hoy, con un 12% de población de origen extranjero, la tradicional confianza del noruego hacia sus vecinos se ha comenzado a agrietar; las formaciones xenófobas, a crecer (como en el resto de países nórdicos), y el Estado de bienestar, a sufrir conmociones que no estaban previstas.

La iglesia luterana (la oficial en este país) hizo también su aportación a ese cóctel social que hoy se etiqueta como modelo noruego: su sentido frugal e igualitario de la vida inspirado en el trabajo duro y la responsabilidad. La comunidad protestante asumía un doble papel de solidaridad y de control del individuo. Una función que después adoptaría el Estado. La ética del trabajo tiene mucho que ver con el milagro noruego. Sus habitantes son profundamente competitivos, trabajan desde jóvenes y vuelan pronto del hogar paterno; a cambio, saben que cuentan con el colchón del Estado si vienen mal dadas. Los noruegos se necesitan. Todos deben trabajar. Todos tienen que ganar mucho dinero, pagar muchos impuestos y gastar mucho (en un país donde una cerveza cuesta diez euros). El pleno empleo es la espina dorsal del modelo. Trabajas y pagas impuestos para costear la educación de los jóvenes y las pensiones de los viejos, al igual que esos viejos financiaron con sus impuestos tu educación y esos jóvenes pagarán tus pensiones en el futuro. El sistema se basa en el empleo y la confianza. Los noruegos se consideran ciudadanos iguales que marchan en la misma dirección. Sin distinción entre hombres y mujeres. Todos deben trabajar desde jóvenes: hombres, mujeres e inmigrantes. Ganar lo mismo. Y pagar impuestos. Lo confirma la directora general de Igualdad, Arnie Hole: "La igualdad tiene un componente moral, pero el principal motivo es económico. Una economía moderna y competitiva necesita las mejores cabezas y manos sin mirar de qué raza o sexo son. No podemos permitirnos el lujo de perder los mejores talentos. Y no se trata solo de fijar cuotas, estas deben ir acompañadas de políticas sociales para reconciliar el trabajo y la vida familiar. Tenemos que apoyar a las mujeres; si no, el desafío por alcanzar las posiciones más altas de su profesión será todavía demasiado alto para ellas y los niños no nacerán. Y los niños deben nacer porque son una inversión de futuro. Ninguna mujer en Noruega debe ser forzada a elegir entre su familia y su carrera. Ese es aquí un valor básico. Hemos creado 10.000 guarderías; las mujeres pueden coger un año de permiso maternal con el 80% del sueldo (o 10 meses con el 100%), y los hombres, 12 semanas. Hemos conseguido que el 80% de las mujeres trabajen y, al mismo tiempo, que el 82% tengan hijos menores de 10 años. Ese es nuestro futuro".

A partir de esos elementos, los noruegos han construido una sociedad donde la distancia que separa a los ricos de los pobres es pequeña. Están convencidos de que la desigualdad es corrosiva y corrompe a las sociedades. Algunos dicen que Noruega es el último Estado socialista de Europa. La sede del Partido Laborista, inspirador del modelo noruego desde los años treinta, en el número 2 de la Youngstorget de Oslo, parece confirmarlo con su estilo arquitectónico limítrofe con el realismo soviético. Como en Noruega casi todo encierra una paradoja, en el entorno de la simbólica sede de la izquierda noruega se da cita la juventud dorada noruega en los restaurantes de moda.

¿Es Noruega el último Estado socialista de Europa? Ante la pregunta, el ministro de Finanzas, el laborista Sigbjørn Johnsen, sonríe y pasa a otro tema. Al final de la entrevista, su director de comunicación pone las cosas en su sitio con gesto helado: "Socialistas, sí, pero democráticos".

Recorriendo los pasillos art nouveau del edificio del Gobierno hasta llegar a la oficina de Johnsen, las ventanas del ministerio aparecen rotas y cubiertas por placas de contrachapado. Las puertas están fuera de sus marcos. La del despacho del ministro tiene un boquete en el centro. Todo el barrio gubernamental se encuentra en las mismas condiciones. Cercado y en obras. Atravesado por andamios. Estamos en la zona cero de Oslo. Los destrozos son resultado de la bomba colocada por el ultraderechista Anders Breivik el pasado 22 de julio; a consecuencia de la explosión, fallecieron ocho personas; a continuación, Breivik acabó a tiros con la vida de 69 jóvenes simpatizantes del Partido Laborista en la isla de Utøya. Suponía la mayor conmoción sufrida por este país desde la II Guerra Mundial. Hoy, sin embargo, los ciudadanos parecen decididos a olvidar la tragedia; algunos claveles marchitos sujetos a las vallas son el único rastro de aquellos terribles días de julio. Los noruegos están decididos a no variar su estilo de vida. En el barrio, la presencia policial es mínima y es posible acceder a algunos edificios oficiales sin pasar por un arco de seguridad. Se pueden pasar días en Oslo sin cruzarse con un policía. El ministro de Finanzas conjura la tragedia terrorista afirmando que los cimientos de la sociedad noruega siguen siendo el diálogo y el consenso. "Nadie va a acabar con eso. No vamos a cambiar. No vamos a quedarnos en casa. Ha sido un hecho terrible, pero aislado". Es la misma respuesta orgullosa que darán la mayoría de los noruegos a los que interrogo sobre las consecuencias del atentado del ultraderechista Breivik: "¡No vamos a cambiar!". Si se le pregunta al ministro si lleva escolta, responde con un guiño: "A veces sí y a veces no...".

Hasta el 23 de diciembre de 1969 Noruega creció gracias al sudor de sus ciudadanos. Ese día encontraron petróleo. Nadie lo esperaba. Lo llamaron "El regalo de Navidad del 69". Dos años más tarde comenzaba la producción. Los noruegos no sabían nada de petróleo. Aprendieron. La gestión de su riqueza petrolera es considerada un éxito económico y social. En tres décadas, Noruega se ha convertido en un país petrolero que da empleo a 200.000 personas, con una tecnología avanzada y que opera en cuarenta países del mundo. En Noruega, la riqueza del oro negro ha alcanzado a toda la sociedad. Lo confirma el sociólogo Jon Eric Dolvik: "Integrar en la economía doméstica noruega la economía del petróleo; lograr que repercutiera positivamente en la gente corriente y, al tiempo, fuera un negocio global, ha sido para nosotros un logro brutal; el petróleo se ha convertido en una gran fuerza productiva, en una bendición".

El objetivo del Estado noruego ha sido obtener el máximo valor económico del sector en su conjunto en comparación con lo que podría obtener por la simple venta del gas y el petróleo. Nada más descubrir crudo, el Gobierno noruego redactó los diez mandamientos del sector, que decían que el petróleo era propiedad de los noruegos; que el Gobierno tendría el control y la gestión de las operaciones; que el país necesitaba crear una industria propia; que el sector debía ser respetuoso con el medio ambiente y que ese descubrimiento debía proporcionar a Noruega un papel eminente en política exterior. Los mandamientos se han cumplido.

Noruega podía haberse convertido en un Estado holgazán, corrupto y opaco que sobornara a sus ciudadanos con bajos impuestos para comprar su silencio ante el despilfarro, el nepotismo y la falta de transparencia estatales en la gestión de los ingresos del oro negro, como había ocurrido en otros países productores, como las monarquías del Golfo, Irán, el Irak de Sadam, la Libia de Gadafi, la Venezuela de Chávez o la Rusia de Putin. Noruega eligió su camino. En cuanto los petrodólares comenzaron a fluir a finales de los ochenta, un Gobierno laborista creó el Fondo Gubernamental de Pensiones (más conocido como Fondo del Petróleo), donde serían depositados los ingresos y beneficios públicos del petróleo para ser invertidos en los mercados de todo el mundo (según un riguroso esquema ético de inversiones que proscribe a las empresas tabaqueras, nucleares, armamentistas y que emplean a población infantil). Con los beneficios del fondo se pagarían las pensiones de los noruegos cuando el petróleo dejara de fluir. Solo un 4% de los beneficios podría ir cada año a las arcas públicas para equilibrar el presupuesto del Estado. El resto, a la hucha común pensando en el Estado de bienestar de las generaciones venideras. "Eso es sostenibilidad real", afirma un alto funcionario.

El edificio del Banco de Noruega, el envoltorio de hormigón y cristal que aloja el Fondo del Petróleo, es el más bunkerizado de este país. Enfrente se encuentra el restaurante en el que trabajaba de camarera Mette-Marit Tjessem antes de convertirse en princesa. Para acceder al Fondo del Petróleo hay que atravesar un estrecho control de armas a través de una sofisticada y claustrofóbica cápsula; en una sala de contratación con el aire frenético de Wall Street, Dag Dyrdal, director de Estrategia, explica que el noruego es el primer fondo de pensiones público del mundo con 400.000 millones de euros en activos; tiene inversiones en 10.000 compañías y oficinas en Nueva York, Shanghái, Londres y Singapur. "Somos transparentes, fiables y miramos el mundo a largo plazo. Este fondo es el resultado de una sociedad democrática, abierta y responsable. Pensamos en perspectivas más largas que una legislatura. Esto no es de un partido o de otro". Lo confirma el ministro Johnsen: "El día que el petróleo decline, habremos sido capaces de construir algo para reemplazarlo".

Kårstø, la mayor planta de procesamiento y distribución de gas natural del mundo, situada en un entorno paradisiaco en la costa oeste del país y propiedad de la empresa pública Statoil, escenifica el poderío noruego. Un ingeniero de la compañía disfruta mostrándonos una bruñida tubería de un metro de diámetro que transporta gas a 12 millones de hogares en Alemania. "Ellos nos invadieron en la guerra y ahora nosotros les invadimos de forma pacífica. Somos un socio fiable, un país estable; todos quieren nuestro gas; compárenos con la rusa Gazprom o la argelina Sonatrach...".

Noruega se hizo muy rica. Y comenzó a atraer inmigración. Los noruegos, que habían emigrado históricamente, sobre todo a Estados Unidos, se convirtieron de la noche a la mañana en un país de acogida. Cuando se inició el boom del petróleo había en Noruega un 1,3% de inmigrantes; en 2000, un 5,5%; en 2009, un 8,8%. Este año, en torno al 13%. Primero fueron los nórdicos; luego, los latinoamericanos; más tarde, los balcánicos y centroeuropeos. Los últimos en llegar fueron los paquistaníes, iraquíes, somalíes y afganos. Con sus velos, chilabas, mezquitas y tradiciones. 200.000 personas de religión musulmana viven en Noruega. Un cambio que es evidente en el viejo barrio de Gronland, en Oslo, una ciudad en la que el 28% de los habitantes ya son de origen extranjero. Un shock de diversidad que nadie esperaba en este país uniforme que está suponiendo, según el sociólogo Jon Eric Dolvik, "el mayor reto al que nos hemos enfrentado. Necesitamos a los inmigrantes como fuerza de trabajo porque nuestra sociedad está cada vez más envejecida y, al mismo tiempo, aunque somos igualitaristas, nos cuesta aceptar comportamientos distintos a los nuestros. No somos una sociedad inclusiva; no es un problema religioso, sino cultural. Nos gusta como somos y no queremos cambiar. Tenemos miedo; nos ha ido muy bien y no sabemos si podremos mantener nuestro modelo con esa nueva población. Es urgente que integremos a la segunda generación de inmigrantes que han nacido aquí; que se formen y consigan buenos empleos. Deben trabajar y pagar impuestos para que continúe el Estado de bienestar. Somos interdependientes. Nos necesitamos".

La llegada del tsunami multicultural iba a tener una consecuencia inmediata en amplios sectores de la clase trabajadora noruega que habían votado tradicionalmente a la izquierda: iban a perder la confianza en el Estado. Por primera vez en su historia, cientos de miles de ciudadanos noruegos pensaron que esos inmigrantes que se cobijaban bajo el paraguas social noruego, que eran albergados en viviendas públicas, recibían 1.200 euros al mes por asistir a las clases de introducción en la lengua y cultura noruega y otros 700 por cada hijo, que se beneficiaban de sus guarderías, educación y sanidad, se estaban aprovechando de su generosidad. "Hasta ese momento, los noruegos éramos solidarios. Con la llegada de los inmigrantes, se empezó a extender la idea de que pagábamos mucho para que se beneficiaran esos extranjeros que no venían a trabajar, sino a vivir del cuento", explica una profesora universitaria. El resultado fue el rápido crecimiento, a partir de 1997, del Partido del Progreso, una formación en la que se mezclan el ultraliberalismo con el nacionalismo y la xenofobia y que comenzó a hablar en sus mítines de "una islamización silenciosa de Noruega" a la que "había que poner freno". El Partido del Progreso apostaba por un modelo noruego solo para los noruegos. Una sociedad a dos velocidades. Obtendría en las elecciones de 2009 un 23% de los votos, convirtiéndose en la segunda formación política tras los laboristas. La olla comenzaba a hervir. Anders Breivik, el asesino del 22 de julio, militó en ese partido. Tras el atentado, el Partido del Progreso perdería 10 puntos en las elecciones locales del pasado mes de septiembre, lo que parece que anticipa su decadencia. En cualquier caso, los líderes de opinión noruegos intentan conjurar la inquietante sombra del Partido del Progreso resaltando con displicencia la fortaleza del sistema noruego y resaltando que el Partido del Progreso "es democrático, y si quiere tener expectativas de gobernar debe estar dentro del sistema y asumir sus responsabilidades". "No vamos a cambiar", repiten. Es su obsesión. En Noruega se detecta incluso un alivio generalizado por que el asesino del 22 de julio fuera un noruego y no un inmigrante musulmán. Lo confirma un profesor en Oslo: "Dentro de la tragedia, tenemos que agradecer al destino que el terrorista fuera alguien de aquí y no un paquistaní de Al Qaeda. Si hubiera ocurrido eso, el sistema noruego, que se basa en la confianza, hubiera saltado por los aires. La sociedad se hubiera partido en dos. Al pensar que ha sido un noruego solo, loco, aislado, y que algo así no va a volver a pasarnos, y que, por tanto, no vamos a colocar un policía en cada esquina, estamos poniendo a buen recaudo nuestro modelo con vistas al futuro. Pero, lo queramos o no, la inmigración es la patata caliente del modelo noruego. Y tendremos que solucionarlo".

Tras rememorar la tragedia, los malos augurios se disipan sumergiéndose en la portentosa naturaleza de Noruega. Los fiordos, los bosques, el mar. Noruega es uno de los últimos territorios vírgenes de Europa, dotado de una belleza salvaje, donde el hombre ha logrado vivir en armonía con su entorno. Para el arquitecto Kjetil Thorsen, "en el diseño nórdico, la naturaleza es la fuente de inspiración". Thorsen es uno de los socios fundadores del estudio Snøhetta, al que da nombre la montaña más emblemática del país y que está en la cumbre de la arquitectura global. Kjetil proyectó la nueva Ópera de Oslo como un enorme glaciar surgiendo del fiordo. Ya es el edificio más emblemático de esa nueva Noruega que se enfrenta a retos diferentes sin perder de vista la tercera vía que le ha conducido al éxito. "Es un edificio democrático. ¿Por qué? Lo explico: hemos logrado que la cubierta de algo tan elitista como un palacio de la ópera sea pisada cada día por miles de ciudadanos. No es un edificio para los amantes de la ópera; es un edificio para todos. Ese es el modelo de país".

Inquietud entre los científicos por el freno a las células embrionarias


La sentencia que bloquea una patente en la Unión Europea por "afectar a la dignidad humana" amenaza la investigación - Europa queda en desventaja ante EE UU


Los recelos éticos han vuelto a cruzarse en el camino de las células madre que se obtienen de los embriones humanos y que, para gran parte de la comunidad científica, representan una de las opciones terapéuticas más esperanzadoras para tratar en el futuro enfermedades hasta ahora incurables.

El Tribunal de Justicia de la Unión Europea ha dictaminado recientemente que no se puede patentar la investigación derivada del uso de las células embrionarias ya que "el respeto a la dignidad humana podría verse afectado". La sentencia ha hecho saltar las alarmas entre los investigadores de los centros europeos de medicina regenerativa. "Es una mala noticia y un absurdo", comenta Anna Veiga, directora del banco de líneas celulares del Centro de Medicina Regenerativa de Barcelona. "Entre un embrión y una célula madre embrionaria hay una distancia enorme".

Esta vez, los obstáculos no tienen su origen en Estados Unidos, donde los sectores religiosos cristianos más conservadores han hecho de su enfrentamiento a la investigación con células madre una extensión de la campaña que mantienen contra el aborto -una estrategia que también ha seguido el Vaticano-. Los escollos surgen en Europa, algunos de cuyos países (España, Reino Unido, Bélgica, Suecia) están a la vanguardia en lo que respecta a la normativa de manipulación de embriones humanos. Y, para añadir mayor complejidad, las trabas no parten de grupos conservadores sino de un recurso presentado por Greenpeace, como parte de su estrategia global en contra de las patentes en semillas, plantas o animales. "Nosotros no estamos en contra de la investigación, sino de la comercialización de cuerpo humano", aclaran desde la organización ecologista.

El origen del caso está en una patente registrada en 1997 por Oliver Brüstle, director del Instituto de Neurobiología Reconstructiva de la Universidad de Bonn (Alemania), relativa a la obtención de células progenitoras neuronales producidas a partir de células madre embrionarias humanas con la intención de tratar enfermedades neurológicas.

La materia prima de la medicina regenerativa son las células madre, en especial las embrionarias, por su capacidad de convertirse en otros tipos celulares (células de hígado, corazón, neuronas...). Los investigadores trabajan en descubrir las claves que permitan manipular estas células a voluntad para reparar órganos dañados o incluso crearlos en el laboratorio y sustituir a los lesionados.

El origen de estas células está en los embriones sobrantes de las clínicas de fecundación in vitro. De ellos se obtienen cultivos de células en estado de indiferenciación -conocidos como líneas celulares, hay más de 1.000 en el mundo- sobre los que los científicos desarrollan procedimientos para obtener cardiomiocitos, neuronas o hepatocitos. Brüstle trabajaba en métodos para convertir células embrionarias indiferenciadas en precursores de neuronas.

La legislación europea -la directiva sobre la Protección Jurídica de Invenciones Tecnológicas 98/44/CE- establece que no podrán ser patentadas "las invenciones cuya explotación comercial sea contraria al orden público o la moralidad". Y, entre ellas, alude explícitamente al "uso de embriones humanos con fines industriales o comerciales". Greenpeace reclamó la nulidad de la patente a la justicia alemana porque el trabajo de Brüstle se refería a procedimientos que parten de células madre de embriones humanos, lo que le planteó una duda al tribunal alemán. ¿Cómo se debe interpretar la expresión "embrión humano" de la directiva? ¿La prohibición de patentar es extensible al material biológico obtenido del embrión, como las células madre embrionarias?

La respuesta la dio el TJUE el pasado 18 de octubre. A su juicio, la intención de los legisladores europeos fue "impedir la posibilidad de patentar siempre que se pudiera considerar afectado el respeto por la dignidad humana", teniendo en cuenta que el concepto de embrión humano "debe considerarse en un sentido amplio".

La directiva alude a la imposibilidad de patentar para usos industriales o comerciales, pero no habla de usos científicos. Pese a ello, el uso de embriones humanos para investigación científica, "no puede distinguirse del uso comercial e industrial" y formaría parte del mismo paquete. De esta forma, la respuesta fue que las células de Brüstle no podían patentarse de acuerdo con la ley europea.

La reacción de los investigadores no se hizo esperar. La Sociedad Internacional para la Investigación en Células Madre (ISSCR en inglés) emitió un escrito el mismo día 18 en el que advirtió que la medida podría influir negativamente en el desarrollo de nuevas terapias. Además, recordó el amplio consenso científico existente en que la investigación en células madre embrionarias humanas es una de las parcelas más prometedoras de la biomedicina. Y subrayó que la protección de la propiedad intelectual es "crucial para el desarrollo de técnicas, medicamentos y procedimientos para un mejor conocimiento, detección y tratamiento de la enfermedad".

La imposibilidad de patentar productos o procesos derivados de células madre embrionarias "es una dificultad real a la hora de financiar estos trabajos, ya que la industria busca obtener un retorno a sus inversiones", apunta José Luis Rocha, secretario general de Calidad y Modernización de la Consejería de Salud de la Junta de Andalucía, una de las autonomías que más han apostado por la medicina regenerativa, junto a la catalana. Rocha pone el ejemplo de la insulina, una hormona humana. "Sin el estímulo de la patente, probablemente hubiera llegado más tarde a los enfermos".

Además, "si se frena la patente [de células embrionarias] en Europa pero no en Estados Unidos, la investigación en el continente quedaría en una situación de clara desventaja y perdería competitividad", añade.

"La terapia celular es un área de grandes perspectivas terapéuticas", insiste Laura González-Melero, presidenta y consejera delegada de Merck en España. "Una protección adecuada de la propiedad intelectual e industrial es un elemento esencial para incentivar la investigación, no solo en el caso de las farmacéuticas, sino en los centros de investigación, muchos de ellos públicos, y cuyo retorno de inversión se mide también por la obtención de patentes", comenta.

Otra consecuencia de la sentencia no menos importante es lo que Rocha denomina el "profundamente retrógrado sustrato intelectual" que ha inspirado al tribunal y su concepción de embrión en sentido amplio, en la línea de las tesis más conservadoras "que amplían el perímetro de condición humana a productos biológicos derivados". "Es un razonamiento absurdo", añade Anna Veiga, quien considera que el tribunal "se ha hecho un lío de conceptos". "No hablamos para nada de patentar un embrión, sino de los procedimientos de diferenciación", señala. "Entre un embrión y las células diferenciadas obtenidas éticamente hay una distancia enorme". De extenderse este concepto, se pondría en riesgo no solo la investigación en células madre, sino procesos relacionados con la fecundación in vitro, como la selección de embriones para esquivar enfermedades incurables, como advierte el propio Rocha. "Es todo bastante surrealista", sostiene Veiga.

En todo caso, como señala Rocha, la sentencia es, de momento, "un fallo individual de un caso concreto", que frena la patente, no la investigación, lo que "no deja de ser preocupante si sienta precedente". Si se extendiera esta doctrina, los investigadores europeos siempre tendrían la posibilidad de patentar los hallazgos en países donde no se plantearan estos problemas, como Estados Unidos, por ejemplo. Además, existen técnicas que permiten obtener material celular de los embriones sin destruirlo, si bien es cierto que la amplia mayoría de las líneas celulares se han obtenido a partir de embriones congelados de las clínicas de reproducción asistida.

Estrellas de otras galaxias


Son los otros Nadal, Gasol o Iniesta. Rinden como los idolatrados. Sufren el olvido de todos. Esta es la historia de españoles que triunfan en deportes poco (o nada) conocidos.


A principios de los noventa, José Luis Abajo, alias Pirri, era tan solo un chaval de 11 años y cara de listillo convencido de que acababa de tener una buena idea. El detonante fue un anuncio sobre la Sala de Armas de Madrid que había llegado en forma de cuartilla al buzón de la casa de su madre. Al leerlo, Pirri se acordó de cuatro espadas que acumulaban polvo en un trastero. Pertenecieron a su padre, difunto piloto de combate aficionado a la esgrima. Las rescató del olvido y se plantó con ellas en la Sala de Armas. Allí encontró ejercitándose al olímpico Ángel Fernández. "¿Qué puedo hacer con esto?", le preguntó ufano mostrando los viejos aceros. Fernández contraatacó con un touché que supondría la primera lección del maestro a quien acabaría convirtiéndose en su alumno predilecto. "No creo que puedas hacer gran cosa con esas espadas. Por lo que veo, eres diestro... ¿No te has dado cuenta de que tienen empuñadura de zurdo?".

El muchacho no tardó mucho en cambiar las tizonas de su padre por otras con la empuñadora apropiada. Nadie, ni siquiera él mismo, podía imaginar entonces que acababa de iniciar su fatigosa andadura hasta convertirse en el único esgrimista español de la historia que ha conquistado una medalla olímpica. El maestro Fernández siempre supo, en cambio, que tenía en sus manos la materia prima idónea para forjar un campeón. Y lo sabía porque si algo destacaba sobremanera en aquel chaval inquieto y despierto era su arrolladora personalidad. "Siempre tuvo el carácter indomable y luchador de los elegidos".

Un imponente chasquido de aceros engalana el sabio verbo del maestro Fernández. La élite de la esgrima española ejecuta ante nosotros durante una mañana de septiembre lances, fintas y tocados en una sala de entrenamientos de la sede madrileña del Consejo Superior de Deportes. Fernández llegó aquí en 1998 para hacerse cargo del equipo nacional en la modalidad de espada (las otras dos son florete y sable). Y se trajo con él a Pirri. Aquel niño es hoy un hombretón de 33 años y 1,94 metros que parece en la pista un coloso vestido de blanco. Lleva el rostro cubierto tras una máscara de protección. Sus pies bailan como los de un boxeador a punto de soltar un croché. La mano izquierda flota en el aire. La derecha lanza el arma a la velocidad del rayo. "Su actitud guerrera es su punto fuerte y a la vez su debilidad", apunta en voz baja el maestro. "Ese temperamento a veces puede hacerle perder el control durante el combate. No es un tirador técnicamente perfecto, pero suple esa circunstancia con la velocidad que su carácter imprime a la acción".

Pirri transformó su empuje en leyenda el 10 de agosto de 2008. Ese día conquistó la medalla de bronce en los Juegos Olímpicos de Pekín tras un "combate a muerte" contra el húngaro Gabor Boczko. Nada más vencer se llevó el pulgar izquierdo a la boca en homenaje a su hija Lucía, entonces un bebé. Una escena histórica para este deporte en España, país originario de la disciplina. Un momento de gloria retransmitido en directo por televisión que muy pocos recordarán haber visto. Representa la antítesis del gol que Iniesta marcó a los holandeses en la prórroga de la final de Sudáfrica. La proclamación de La Roja como campeona del mundo de fútbol en 2010 es el instante más presenciado de la televisión en España desde que opera la medición de audiencias, con 15 millones de espectadores de media (85,9% de cuota de pantalla). Pirri no se llama a engaño. Es nuestro Iniesta de la esgrima, pero jamás tendrá sus ingresos. Ni su fama. Ni su gloria.

Se considera más que afortunado por poder vivir de este deporte. Ha encadenado sucesivas becas del programa ADO, fuente financiera que, junto con los Juegos de Barcelona en 1992, marcó un cambio radical de modelo en términos organizativos y de gestión. Un punto de inflexión a partir del cual afloró la mejor generación de deportistas españoles de todos los tiempos, cuya industria sigue hoy brillando en vista de los resultados a pesar de los rigores de la Gran Recesión. Pirri es producto de esa edad de oro que arrancó a principios de los noventa. El bronce en Pekín 2008 le dio derecho a una beca ADO de 45.000 euros anuales con fecha de caducidad el año que viene. Su clasificación para Londres 2012 aún está en el aire. Asegura que le queda fuelle para rato.

Le sobran condiciones para añadir más títulos a un palmarés repleto de subcampeonatos de Europa y del mundo, así como varias medallas por equipos o en competiciones nacionales. Pero como nada hay seguro en esta vida, también estudia tercero de Administración y Dirección de Empresas y ha montado un servicio de clases de esgrima para directivos. "Mi medalla olímpica provocó efectos innegables. Subió el número de licencias federativas, de clubes... Pero a nivel de pasta, ¡ese es otro cantar! Somos profesionales de algo muy minoritario. Esto no es Francia, donde la esgrima fue lo más visto durante las retransmisiones de Pekín 2008, por detrás del atletismo. Allí es una asignatura en la escuela". El maestro Fernández desgrana otros factores que merman aquí la visibilidad. "Las normas de la esgrima no son sencillas. Las retransmisiones televisivas deberían contemplar un mayor didactismo. Esa dificultad ahuyenta la presencia de patrocinadores. Lo que no sale en televisión no es tan susceptible de apadrinarse. Y cuando entras en esa rueda es muy difícil salir".

Tener mayor o menor presencia. Entrar o quedar fuera del negocio. Es el dilema que afrontan los triunfadores en disciplinas poco -o nada- conocidas. Nunca antes había contado España con tantos deportistas rindiendo al máximo nivel. Las federaciones recibieron el año pasado vía Presupuestos Generales del Estado casi 74 millones de euros, más 10 millones en aportaciones del plan ADO. De los tres millones y medio de licencias federativas vigentes, requisito indispensable para competir, solo el fútbol copa 805.707. Apenas el 20% de todas las licencias son femeninas. Pero más allá de los ídolos mediáticos hay otros Nadal, Gasol o Iniesta. Son estrellas de otras galaxias. Pasan de puntillas por los medios de comunicación o los pensamientos de las más altas instituciones del Estado. Valga como muestra la afirmación que el presidente del Gobierno y ministro de Deportes, José Luis Rodríguez Zapatero, pronunció con motivo de la conquista de la selección española de baloncesto del reciente Europeo de Lituania: "Somos campeones en muchas especialidades, pero, a expensas de lo que haga la selección de fútbol, que ha empezado una racha brillante, creo que como la selección de baloncesto no hay otro equipo en el deporte español que haya brillado tanto en la historia". Sí que lo había: la selección española masculina de hockey sobre patines, proclamada a comienzos de este mes campeona del mundo por cuarta vez consecutiva y con seis europeos a sus espaldas desde el año 2000. Sobra decir cómo sentó a los campeonísimos del hockey aquel parlamento de la máxima autoridad del país en la materia.

Biatlón moderno, rugby subacuático, balonmano-playa, hockey bajo el agua, curling, chess-boxing (asombrosa mezcla de boxeo y ajedrez), sky running (carreras de montaña)... Raros. Peculiares. Extravagantes. Minoritarios. No existe una denominación oficialmente establecida para deportes que bordean lo underground, cuando no directamente la condena al ostracismo. Lo único que parece tener claro respecto a ellos el sociólogo Manuel García Ferrando, catedrático de Sociología de la Universidad de Valencia y autor, entre otros libros, de Aspectos sociales del deporte. Una reflexión sociológica (Alianza), es que nos adentramos en un territorio incierto y cambiante. "En una sociedad abierta como la nuestra, todo es deportivizable", explica al teléfono. "El concepto minoritario es difuso. Actividades que dos decenios atrás apenas se practicaban pueden ser hoy de las más frecuentadas. Solo hay que mirar el caso de los deportes de nieve y sus variedades desarrolladas en los últimos años. Por el contrario, otros irán a menos. Como el atletismo, por ejemplo, poco a poco desbancado por los más espectaculares. Y hay cuestiones más patrocinables que otras. Resulta, por tanto, muy difícil establecer qué es mayoritario y qué representa lo contrario".

Quizá puedan acercarse a dicha idea las escasas 72 licencias vigentes en toda España para competir en la modalidad de salto de trampolín. El entrenador de la federación, Manolo Gandarias, achaca esta raquítica cifra a una alarmante escasez de instalaciones y a la práctica inexistencia de técnicos con formación suficiente para adiestrar a nuevas generaciones. De ellas han surgido talentos como los de Javier Illana, puntal ibérico de la especialidad, y la armada femenina compuesta por Jennifer Benítez, Leyre Izaguirre y Anna Pujol. Todos ellos pasan incontables horas perfeccionando tirabuzones y mortales hasta la extenuación. "Muchas veces me pregunto si debería dedicar más tiempo a estudiar la carrera de medicina; es lo que me dará de comer", piensa a menudo la saltadora canaria Jennifer Benítez, de 23 años. En otras piscinas, Anna y Clara Espar ganaron la temporada pasada con sus compañeras del Club Natació Sabadell la Liga española, la Copa de la Reina, la Supercopa y la Copa de Europa. Pero nada de eso les permite soñar con vivir del waterpolo femenino. Anna pelea en el agua por mantener su ficha de 600 euros mensuales con su club; su hermana Clara apenas ingresa 150 euros mensuales desde que se cambió al Esportiu Mediterrani. "Trabajamos tanto o más que un futbolista, pero muchos deportistas españoles estamos a la sombra en todos los sentidos".

También hay otras versiones. No todo son estrecheces en las competiciones paralelas a los circuitos de masas. Algunos han encontrado en lo alternativo un exitoso modo de vida. Podría ser el caso de Gisela Pulido, la Messi del kitesurf freestyle. Tiene solo 17 años y es ocho veces campeona mundial de la modalidad de estilo libre de surf con cometa. Muy pocos la pararían en España para pedirle un autógrafo, pero es venerada por aficionados de Australia, Francia o Alemania. Nació en Cataluña y con apenas diez años ya doblaba la mano de los adultos en el circuito internacional. Una precoz cadena de éxitos convenció a su padre para establecerse con ella en el afamado spot de Tarifa. En este paraíso gaditano de viento y olas mantienen su base de operaciones.

Gisela es propietaria desde hace tres años de un chalé adosado con piscina y pista de pádel a la entrada del pueblo. También ha montado la escuela de kitesurf Gisela Pulido Pro Center, maneja una sociedad para la gestión de sus derechos de imagen, quiere poner en marcha una marca de accesorios... ¡Y solo tiene 17 años! El año pasado acumuló unos beneficios pendientes de impuestos de 200.000 euros entre ingresos por campeonatos y patrocinios (mucho más elevados los segundos). Comparte las ganancias con su padre, entrenador y mánager de esta boyante sociedad. Pero lo cierto es que Gisela jamás podría soñar con alcanzar los 77 millones de euros que su equivalente en el golf, Tiger Woods, llegaba a recaudar en un año entre torneos, diseño de campos y contratos publicitarios hasta su estrepitosa caída por diversos líos de faldas. En el deporte todavía hay clases.

Desfases de este tipo podrían permitirnos incluso hablar de castas. En el ámbito español, la coincidencia parece unánime a la hora de estimar como factor potenciador la ausencia de cultura polideportiva. Un cambio de mentalidad al respecto "solo puede llevarse a cabo desde la escuela", afirma Kilian Jornet. Este catalán de 23 años es cuatro veces campeón mundial de sky running (carreras de montaña) y considera a este país como un páramo estrictamente "monodeportivo". Contrapone como justificante el reparto de la información especializada en Francia o Italia. "Vivo en Chamonix [Francia]. Allí encuentras amplias coberturas sobre disciplinas, como el rugby, que en España son sencillamente ignoradas. Pero es que los franceses lo practican desde el colegio. Ahí está la base de todo cambio social. Una transformación de la cultura deportiva debe comenzar en las aulas".

La montaña fue para Kilian el patio de su casa desde pequeño. La primera vez que le pusieron unos esquís tenía tan solo dos meses. Hijo del guarda de un refugio de montaña en la vertiente norte de la Cerdeña, entre picos fronterizos con Francia y Andorra, y de una madre profesora, coronó con tan solo seis años su primer cuatro mil; con diez, completó en familia la travesía de los Pirineos. "Desde ese momento aprendí no solo a ir a la montaña, sino a quererla. Encontré el sitio perfecto donde expresarme".

Kilian decidió a los 13 años entregarse a la práctica del esquí y a correr profesionalmente por las cumbres. Entre sus muchas proezas, ha subido y bajado el Kilimanjaro (5.891 metros) en siete horas y quince minutos, batiendo el anterior récord de casi ocho horas y media. También ha sentido alucinaciones corriendo por los montes circundantes al lago Tahoe, en California, a lo largo de 280 kilómetros. "Ser un sky runner consiste en subir y bajar un pico lo más rápido posible. No elegí este camino para vivir de él, sino por estar ahí arriba. Mi verdadero objetivo era descubrirme. Las montañas están vivas. Se mueven y tienen un alma que hay que comprender. No hablo directamente con ellas, pero de una u otra forma nos comunicamos". Ha estudiado INEF en Francia y por ahora se gana los cuartos holgadamente con el sky running. La exigencia ha de ser total para lograrlo. "Perder es morir", según un manifiesto que redactó hace años junto a un compañero de piso. Para Kilian Jornet, el deporte de alto rendimiento ha de ser egoísta. "No en términos egocéntricos, pero sí respecto a la autonomía necesaria para perseguir tus sueños, por muy extravagantes que los demás puedan considerarlos".

A veces llega a considerarse extravagante simplemente aquello que sale de la ola monodeportiva reinante que denuncia Kilian Jornet. La sevillana Blanca Manchón, número uno del ranking mundial de windsurf en la categoría RS:X, pone directamente nombre y apellidos a la excitación que provoca cualquier anécdota relacionada con la hegemonía balompédica. "Los medios no parecen ver más allá de lo masivo. Muchas veces pones la tele y... ¡Toma ya! Veinticinco minutos de fútbol en un telediario. Parece que sea más importante que Mourinho se ha sacado un moco que una esquiadora gane un campeonato del mundo". Blanca puede estar en lo cierto. No por tocarse las narices, pero sí por meterle el dedo en el ojo al segundo de Guardiola -quien respondió a la agresión con una formidable colleja-, el entrenador del Real Madrid, José Mourinho, protagonizó las aperturas de la sección de deportes en los principales diarios nacionales el pasado 6 de octubre con el anuncio de las ridículas sanciones correspondientes a los sucesos que ambos protagonizaron durante la vuelta de la Supercopa disputada el 17 de agosto entre el Madrid y el Barça.

Peripecias de este tipo que copan espacios informativos apenas dejan hueco para epopeyas como la de Blanca Manchón por revalidar su cetro y no bajar del número uno del ranking mundial. A sus 24 años, asegura que se puede vivir del windsurf... "si eres la número uno, claro". Mantiene una beca ADO por su oro en el mundial de 2010 de 60.000 euros anuales, revocable en caso de no terminar la temporada entre las ocho primeras de su clase o no clasificarse para los Juegos Olímpicos de Londres. Entre patrocinios varios de firmas como Nike o Emasesa, acumula otros 35.000 euros cada año. Compite desde los doce. Le costó terminar el instituto. "En España resulta imposible compaginar lo mío, a nivel de élite, con estudiar una carrera". Tampoco encontró precisamente mucha comprensión entre algunos profesores hacia sus habilidades extraacadémicas. En mayo de 2004 regresó a clase tras alcanzar el subcampeonato de Europa y un maestro de matemáticas del instituto le dijo con retranca: "Qué morenita vienes, ¿no?".

Ante la indiferencia de muchos y la pasividad de los medios tradicionales, la mejor plataforma de difusión que estos triunfadores de otros mundos han encontrado es Internet. Los más avezados actualizan sus páginas web personalmente, tuitean con ahínco, alimentan perfiles en Facebook y escriben libros sobre sus hazañas dando forma a la figura del gran deportista-embajador. El ultra man Josef Ajram considera al sky runner Kilian Jornet como paradigma de esa nueva vertiente de atleta autopromocional. "El alto rendimiento comete todavía un error de mentalidad al concentrar exclusivamente las fuerzas en el entrenamiento y no saber comunicar", reflexiona Ajram. "Quien se dedica a campos minoritarios debe explicar lo que hace. No nos engañemos: los patrocinadores están buscando buenos embajadores".

Josef Ajram también puede considerarse uno de ellos. Barcelonés, de 33 años, hijo de sirio y catalana, atesora 85.000 visitas y 180.000 páginas vistas mensualmente en su web. Reparte su vida entre los mercados bursátiles y la competición extrema. Ha completado tres veces la extenuante variedad de ultra man, que durante tres días combina la natación a lo largo de 10 kilómetros por el océano, varios centenares de kilómetros en bicicleta y 84 de carrera a pie (el equivalente a dos maratones convencionales). También ha participado, entre otras grandes pruebas de resistencia, en el temible maratón de las Arenas corriendo 250 kilómetros por el desierto del Sáhara a una temperatura media de 50 grados. No es de extrañar que haya titulado ¿Dónde está el límite? (Plataforma) a un exitoso libro sobre su concepción de la vida y la autoexigencia. También ha escrito sobre su otra pasión. "Soy un amante de los mercados financieros", proclama sin reparos. Su segundo libro, Ganar en Bolsa es posible, atiende a toda una declaración de intenciones de este day trader o especulador de operaciones que se abren y cierran en el mismo día. Lo deportivo tendrá para él un final que vislumbra todavía lejano, hasta mediada la cuarentena. "Pero la Bolsa será para siempre".

Su obsesión actual son los desafíos. El año que viene, Ajram intentará completar bajo el patrocinio de Red Bull siete iron man (modalidad de triatlón que combina 3.800 metros de natación, 180 kilómetros de ciclismo y 42,2 de carrera) durante siete días consecutivos. Una más de la interminable lista de variopintas especialidades lideradas por españoles. No cabrían todas en un simple reportaje. Laia Sanz es 11 veces campeona del mundo de trial; Antonio Albacete, tres veces campeón de Europa de camiones; Joseba Kerejeta, campeón mundial absoluto de pesca submarina... Por no hablar de los atletas paralímpicos, cuyo palmarés envidiable no les impide, sin embargo, representar a los grandes olvidados del deporte.

Todos ellos compiten, como mínimo, con el mismo tesón que los más idolatrados. Nadie hablará de ellos cuando anuncien su retirada. No habrá flases. Ni lágrimas en directo. Pero hasta ese día seguirán hacia delante. En las últimas páginas de su libro Correr o morir (Now Books), el imbatible sky runner Kilian Jornet esboza una justificación a su búsqueda quimérica, extenuante e irreversible. "Quizá corro porque necesito sentirme creador; necesito saber lo que hay dentro de mí y plasmarlo en algún lugar exterior. Podemos explorar nuestro interior y saber de lo que somos capaces, pero necesitamos exteriorizarlo y verlo separado de nuestros cuerpos para contemplarlo como espectadores, poder valorarlo y detectar sus defectos para hacerlo mejor la próxima vez. Es el placer intrínseco de crear belleza y de ver que genera una fuerza de atracción a los espectadores".

"Yo capturé a Gadafi"


Cuatro rebeldes relatan a EL PAÍS cómo descubrieron y apresaron al dictador libio en una alcantarilla de Sirte. "Cuando le vi gateando, pensé: '¿cómo el rey de reyes podía estar ahí como una rata?". Otro recuerda cómo le apuntó, mientras Gadafi decía: "¿Qué pasa? ¿Qué pasa?". Como trofeo guardan la pistola de oro del sátrapa. Se la quitaron antes del linchamiento


Tímido y de apariencia enclenque, Omram Yuma Shaban se presenta con tres de sus compañeros de armas vistiendo la misma ropa que lucían el 20 de octubre, la fecha que nunca podrán olvidar. Inmediatamente, como si desearan ofrecer pruebas de que su historia es irrefutable, colocan sobre una mesa su más preciado botín: dos pistolas, una de ellas de oro; una bota de cuero negro made in London y una gorra militar. Omran enseña los trofeos con una mueca de orgullo y una tenue sonrisa. Estudiante de ingeniería eléctrica de 21 años, no es de los rebeldes libios más aguerridos, aquellos shabab (muchachos) que se lanzaron al combate contra las tropas de Muamar el Gadafi en los primeros instantes de la revuelta que nació en Bengasi, y que dos días después, el 19 de febrero, se contagió a Misrata. Es un joven tranquilo de 21 años, de voz débil y ligeramente aguda, que solo a mediados de abril decidió sumarse a los insurgentes de Libia. Su ciudad estaba siendo cruelmente atacada. "Me uní a la revolución porque los soldados de Gadafi empleaban en Misrata los métodos más sucios. En marzo, en mi barrio, cualquier hombre que salía de casa era detenido; mataban a niños, violaban a mujeres...", comenta imperturbable. El jueves de la semana pasada alcanzó la gloria ante un desagüe repleto de desperdicios en Sirte, la ciudad natal del tirano. "No creía lo que veían mis ojos. Nadie pensaba que Gadafi estaba ahí. Es muy difícil describir mis sensaciones. Pero ahora creo que capturé al mayor terrorista del mundo, después de Osama bin Laden", explica Omran, ahora sí, más sonriente.

Las últimas horas del dictador, el autoproclamado hermano líder, el rey de reyes, comenzaron alrededor de las ocho de la mañana del día 20. "Recibimos información de que un convoy de 50 vehículos se estaba desplazando desde el barrio 2 de Sirte. Sabíamos que Mutasim, el hijo de Gadafi, estaba en la ciudad porque mucha gente que había huido nos comentaba que lo habían visto, y al mismo tiempo supimos que la OTAN atacaba a esa hora la caravana", narra Omran.

Ahmed Ghazal, empleado de una empresa de hostelería de 21 años; Nabil Darwish, dueño de un taller mecánico, de 25; Salem Bakir, comerciante de 28 años, y tres milicianos más acompañaban al futuro ingeniero eléctrico en la vigilancia de la zona donde el ataque de la OTAN convirtió en chatarra calcinada una docena de coches. Los soldados gadafistas se dispersaron en un intento de fuga tan desesperado como inútil, y los siete shabab se esmeraron en rastrear la árida zona mientras decenas de rebeldes se sumaban a la búsqueda. "Los militares se escondían en la cercana estación eléctrica y en los árboles. Hubo duros combates, pero matamos a muchos de ellos y a otros los apresamos. Los soldados de Gadafi se dividieron; unos querían entregarse y otros prefirieron luchar", relata Omran, quien, como sus colegas de comando, parece huidizo, hombre de pocas palabras con el extranjero.

A 200 metros del amasijo de hierro del convoy -los cadáveres en descomposición permanecieron seis días en el lugar-, se extienden dos conductos de cemento bajo una carretera que sirven para evitar inundaciones. Fue la última distancia que recorrió a pie el dictador en este espacio abierto, con muy escasa vegetación, un pésimo lugar para descubrir un escondite. "En un extremo de las tuberías, uno de los 15 soldados ahí guarecidos levantaba la bandera blanca, pero al otro lado de la carretera, a solo 20 metros, los gadafistas seguían disparando. 'Nuestro líder está aquí', gritó de repente el soldado dispuesto a rendirse. Pero no imaginábamos ni por un momento que ese líder era Gadafi", prosigue su relato.

Aniquilados algunos de los uniformados y rendidos a los rebeldes otros militares de los más leales al antiguo régimen, Salem Bakir se aproximó a la salida de la tubería. Fue el instante decisivo, el que esperaban ansiosos desde el 17 de febrero la gran mayoría de los libios, el que todos en este país árabe aseguraban que tarde o temprano acabaría por llegar.

"Durante toda mi vida" prosigue Bakir, "cuando veía el convoy de docenas de vehículos que trasladaba a Gadafi desde Trípoli a Sirte, pensaba que era un rey o alguien sobrehumano. Yo le vi el primero cuando ya estaba fuera de la tubería y a dos metros de mí. Me quedé conmocionado y paralizado. Pero toqué el Corán que llevo en el bolsillo, y eso me dio fuerzas para chillar: '¡Aquí está Gadafi!, ¡aquí está Gadafi!' Le dije que soltara su arma tres veces, pero no lo hizo. Y él me dijo: '¿Qué pasa?, ¿qué pasa?, ¿qué pasa?".

Omran, que manejaba en ese instante una ametralladora, saltó de la camioneta sobre el cuerpo ya ensangrentado del sátrapa, metro y medio por debajo del asfalto. "Yo estaba viendo al otro lado de la tubería que los militares dejaban fusiles en el suelo, pero aún los tenían en las manos y podían disparar. Me dio miedo. Entonces me abalancé sobre Gadafi y le quité una de las pistolas, la que no es de oro. No sé de dónde me salió la fuerza", cuenta Omran. Grupos de sublevados condujeron sus camionetas a toda velocidad hacia el lugar. Ahmed Ghazal, el empleado de hostelería, recuerda: "Cuando le vi gateando y mirando con la cabeza ladeada, pensé: '¿Cómo el rey de reyes podía estar ahí como una rata?' Esa imagen me acompañará todas las noches de mi vida cuando me vaya a dormir. Recogí su bota y su gorra". Y minutos después, en pleno tumulto, entre alaridos de alegría y proclamas de Alla uh Akbar (Dios es grande), el macabro espectáculo del linchamiento, las patadas y bofetadas contra el déspota indefenso y aturdido que ruega clemencia mientras es vapuleado. Muchos rebeldes grabaron la brutal agresión con sus teléfonos móviles.

Un reguero de sangre, tal vez del dictador, todavía pinta el pavimento de la carretera desde la que partió una ambulancia con Gadafi como paciente, o como reo al que se iba a ajusticiar. Cientos de nombres de guerrilleros y de sus ciudades de origen están escritos en el cemento que bordea la salida de los conductos. Como lo están dos fechas que quedarán reflejadas en los libros de historia y marcadas de manera indeleble en la memoria de todo libio. Lucen en tinta roja en la pared de la cercana central eléctrica: 17 de febrero, día del nacimiento de la revuelta, y 20 de octubre de 2011, fecha de la muerte del caprichoso gobernante.

No se sabe con precisión cuándo ni quién le descerrajó los balazos en la cabeza y en el abdomen a Gadafi, aunque al menos dos insurrectos se vanaglorian de haber asesinado al dictador. Lo cierto es que el viernes 21 de octubre, los cadáveres de Gadafi, de su hijo Mutasim, y de su ministro de Defensa, el general Abu Baker Yunes Yaber, eran expuestos en la cámara frigorífica del mercado central de Misrata. Cuatro días pudieron los libios comprobar in situ que el tirano -42 años después del golpe de Estado que derrocó al rey Idris, pospuesto en una ocasión porque en marzo de 1969 ofrecía un recital en Bengasi la afamadísima cantante egipcia Um Khultum- era historia. Cuando un par de días después de la batalla de Sirte arreciaron las críticas de varias ONG internacionales al Gobierno rebelde por las violentas circunstancias del deceso -los Gobiernos occidentales no han puesto precisamente el grito en el cielo-, fueron cuidadosos los milicianos a la hora de colocar la cabeza de Gadafi ladeada hacia su izquierda para ocultar el tiro en la sien, y también de tapar con una manta el orificio de bala que Mutasim presentaba en la garganta.

Y es que si los preceptos islámicos que prescriben la sepultura a las 24 horas de la muerte no fueron respetados por los devotos milicianos misratíes, mucho menos se iban a preocupar por la protección de los derechos humanos, cuya violación han padecido tantos libios de modo tan flagrante. Ahora se anuncia una investigación sobre el presunto asesinato a sangre fría -por mucho que los ánimos fueran ardientes- de Gadafi y Mutasim, que aparece en otras grabaciones charlando con rebeldes, herido levemente, fumando y bebiendo agua. Sea cual fuera el resultado de esas pesquisas, resulta muy difícil encontrar a algún libio que hubiera preferido el juicio al dictador. La mayoría dice abiertamente, emulando el gesto de disparar, que lo prefieren muerto. No debería costar demasiado localizar a los dos individuos que afirman ante la cámara de un teléfono móvil haber acabado con la vida de Gadafi. Se les ve con toda nitidez.

En toda Libia explotó el jolgorio tras conocerse el acontecimiento. Cientos de miles de entre los seis millones de hombres y mujeres que pueblan Libia, incluidos niños y niñas, celebraron en las plazas y calles la desaparición de quien les ha amargado la existencia durante cuatro décadas de arbitrariedad, en las que frecuentar una mezquita podía bastar para purgar seis años de cárcel, como le sucedió al piloto de líneas aéreas Mohamed Darwish, que acudía habitualmente al templo de su barrio en Trípoli porque se quedó sin empleo tras el embargo a la aviación comercial que Estados Unidos impuso a Libia en la década de los ochenta del siglo pasado.

Pero si hay una ciudad en la que la algarabía fue desbordante, esa es Misrata. Cuentan los lugareños de esta ciudad de 400.000 habitantes aproximadamente -sin censo ni estadísticas, los cálculos son en Libia muy complicados- que solo en una hora murieron cuatro personas, víctimas de los disparos al aire de los enfervorecidos combatientes que expulsaron a los soldados y mercenarios gadafistas el 24 de abril tras una atroz carnicería de dos meses. Porque el 19 de febrero murió el primer mártir, a los que Gadafi tildaba de "ratas". Era Jaled Mustafá Abu Shajma, nacido en 1968. Cuatro días después cayó la primera granada sobre Misrata. Cerca de 3.000 vecinos -cientos de ellos civiles inocentes- han perecido solo en esta localidad. Sus fotografías se observan ahora junto a una copia del certificado de defunción de Gadafi en el improvisado museo de la guerra, situado en la calle Trípoli devastada por las explosiones, y donde también se yergue la escultura metálica del puño que aplasta el avión de Estados Unidos, un símbolo del poder de Gadafi que los luchadores de Misrata transportaron a su ciudad desde Bab el Azizia, el bastión del autócrata en la capital, una vez que a finales de agosto conquistaron Trípoli. El arrojo de los milicianos de Misrata fue crucial. Ahora se enorgullecen de ser los primeros -los compañeros de Zintán, en las montañas de Nafusa, en el oeste libio compiten en valentía- que quebraron el triple muro de cemento de ese baluarte del régimen.

Tiene fama Misrata de ciudad emprendedora, de contar con avispados hombres de negocios, y de no haber dado un paso atrás en la contienda. Incluso los sordomudos, presentes el viernes en una celebración multitudinaria, se unieron a la desigual pelea. Sedik el Fituri, empresario de 52 años, posee una compañía de grúas y de camiones de transporte pesado. Ha gastado 400.000 dinares (unos 220.000 euros) en una guerra en la que se transformó en comandante de una brigada. Todo su material ha resultado dañado sin remedio. "Lo he perdido todo, pero soy feliz. El 6 de marzo, los militares de Gadafi entraron en Misrata y los matamos a casi todos. Les tendimos trampas en las que cayeron porque no conocían la ciudad. Ese día supieron que aquí había un ejército. Unos 50.000 hombres empuñaron las armas. Escucha... Mi esposa, cuando veía a mis hijos descansando o durmiendo en casa, les decía: 'Tomad las armas, levantaos e id a luchar'. Ingeniosos, cuando el enemigo parapetó francotiradores en los edificios en el campo de batalla de la calle Trípoli, los rebeldes colocaron pilas con luces en perros y gatos para que los francotiradores dispararan y poder así localizarlos. Solo en Zintán y en Misrata hemos combatido desde el primer día. Aquí preferimos morir a retroceder. Además de los fallecidos, tenemos 40.000 heridos, 1.000 personas han sufrido amputaciones, y 100 han quedado ciegos. En Bengasi, sin embargo, detuvieron la guerra muy pronto, y eso permitió a los gadafistas concentrarse en atacarnos a nosotros. Misrata ha sido la ciudad más castigada", apunta El Fituri con un deje de amargura hacia los compatriotas de la cuna de la rebelión.

Es ese cruento asedio medieval a la ciudad lo que ha propiciado la venganza también despiadada de las milicias de Misrata en Sirte, la aldea beduina en la que nació hace 69 años Gadafi, quien pretendió convertirla en capital del país y en puerto franco. En ella construyó el centro de convenciones Ouagadougou, un faraónico complejo ahora hecho trizas en el que se celebraron cumbres de la Unión Africana. Y aunque muchos libios denuncian que se construían viviendas a sabiendas de que nadie iba a vivir en ellas, con la única pretensión de otorgar a la localidad una apariencia de grandeza, el respaldo al dictador era abrumadoramente mayoritario en Sirte. Y si ahora son pocos -Abdelaziz al Farjani es uno de ellos- los que chillan "Muamar, Muamar" alzando los brazos con los puños cerrados, imitando al dirigente derrocado, es porque la ciudad presenta un panorama fantasmagórico. El éxodo ha sido total. No hay agua, ni luz, ni comida. Sus 80.000 habitantes se han fugado al desierto o a Sabha, 700 kilómetros al sur de Trípoli. Personas cargando colchones en camionetas, rumbo a sus jaimas en el Sáhara, es la imagen más frecuente estos días.

Que la destrucción en Sirte no tiene parangón en Libia lo admite incluso el comandante El Fituri. Da la bienvenida al barrio 2, el distrito desde el que partió el último convoy de Gadafi, una pintada rebelde: "Sirte, la nueva Leptis", reza el escrito en alusión a las espléndidas ruinas romanas de Leptis Magna, ubicadas un centenar de kilómetros al oeste de Misrata. La casa de Al Farjani es solo un ejemplo. Los boquetes de los proyectiles la han machacado con saña. Ningún edifico se ha librado. Los lugareños comparan Sirte con Grozni, la capital chechena destruida por el Ejército ruso en la década de los noventa. El panorama en varias calles es, efectivamente, muy similar. Algunas mezquitas están desechas y su minarete ha sido desmochado; las estaciones eléctricas, también; las escuelas arrasadas saltan a la vista tanto como los hospitales saqueados. En una semana se recogieron de las calles y de entre los escombros unos 400 cuerpos. El jueves todavía apestaba a muerto en la avenida 1 de septiembre, fecha del golpe que aupó al poder al dictador.

En Sirte, claro está, los roedores son quienes se alzaron contra la tiranía. "Los milicianos son ratas. Aquí respaldábamos a Gadafi, que dormía cada noche en una casa diferente. Cuando cayó Trípoli, vino aquí, pero no sabemos exactamente cuándo", señala Ibrahim, un estudiante de medicina de 20 años a las puertas de un hospital que ya no lo parece. Aunque se tratara de su ciudad natal, ningún experto militar se explica por qué el tirano eligió Sirte para refugiarse tras su huida de la capital. Es una ratonera. Pero la prefirió al más seguro desierto. Muchos aluden a su mentalidad y aducen que el carácter de quien viajaba al extranjero con sus jaimas a cuestas para sentirse como en casa jugó un papel decisivo. Siempre prometió Gadafi que jamás abandonaría su país y que moriría en Libia, fueran cuales fueran las circunstancias. Y cumplió su palabra.

Desde el 15 de septiembre, el cerco a Sirte fue completo. El coronel Abderrahim al Agili, natural de Bengasi, es uno de los jefes rebeldes que atenazaron esta población por el flanco oriental. "Es difícil saber", explica, "cuántos milicianos han combatido porque vinieron grupos de muchos lugares. Pero alrededor de 15.000 rodeamos la ciudad. La mayoría de los 80.000 habitantes de Sirte se han ido al desierto, hacia el sur. Al oeste no van porque está Misrata. Es cierto que los shabab de Misrata han sido muy agresivos. Fue una venganza. No se les puede controlar". Sorprende la naturalidad con que los insurrectos admiten los desmanes cuando se les pregunta por el evidente pillaje. En la gran avenida del 1 de septiembre no queda una tienda sin asaltar. "Es verdad que muchos milicianos robaron en los comercios", reconoce en un espléndido inglés el estudiante de ingeniería Ahmed Meshri, miliciano durante los últimos meses. Dice, con la boca pequeña, que se buscará y castigará a los culpables. Pero da la impresión de que no cree sus palabras. La orgía violenta durante las últimas jornadas de la batalla de Sirte estremece.

No se repararía en ello si no lo explicara el melenudo Abdelmulá Saleh, otro declarado partidario del coronel Gadafi, en la recepción del devastado hotel Mahari, en cuyo césped frente al Mediterráneo fueron hallados 53 cadáveres tiroteados, muchos de ellos maniatados. Saleh apunta a las manchas negras en una pared enyesada que da al vestíbulo, bajo una barandilla de la primera planta. "¿Sabes lo que es? Son marcas de los zapatos de los ahorcados, de sus pataleos antes de morir. Los colgaron con esa manguera roja de bomberos", cuenta indignado. "También encontramos hombres degollados en una mezquita y decenas de muertos en el hotel", añade enojado, antes de hacer una distinción que comparten las escasas personas que pululan por la población.

Los vecinos de Sirte atribuyen el monopolio de los crímenes a los insurrectos de Misrata. El treintañero Abdelhamid, semblante muy serio, no disimula el rencor que guarda hacia los luchadores de la ciudad situada 240 kilómetros al oeste. También admira al dictador y comprende el precio que se paga en toda guerra. Es dueño de un comercio de artículos de fotografía en la que no queda nada. Es la norma: todos los establecimientos tienen un aspecto desolador. "Los guerrilleros de Bengasi, mía, mía", explica con una expresión libia que significa perfecto. "Fueron", agrega Abdelhamid, "combatientes justos. No hicieron nada horrible". Los pocos ciudadanos que continúan en la ciudad, inundada varias de sus calles por las cañerías reventadas, rumian su desgracia. Unos pocos cientos de hombres barren calles de escombros, retiran farolas caídas de la calle principal y cables de alta tensión de los suelos de la periferia, al tiempo que saludan -a la fuerza ahorcan- a los rebeldes que patrullan la ciudad.

Jaled observa los tremendos destrozos en el bloque de viviendas en el que residía. Su madre espera en las escaleras. El camión cargado de enseres está listo para partir destino al destierro. "Nos vamos a Samsum, a unos 150 kilómetros al sur de aquí. Viviré en una tienda. Lo peor es que no podremos regresar a Sirte hasta que no se reparen todos los destrozos. Si todo se arregla, volveré". Sabe Jaled que largo lo fía. Que en un país arrasado por una guerra de ocho meses, Sirte no va a ser la prioridad en la reconstrucción. Y aunque lo fuera, los daños son de tal magnitud que pasará mucho tiempo antes de que todo pueda volver a la normalidad. Por no hablar de la reconciliación, uno de los objetivos declarados de las nuevas autoridades, una misión que se antoja una tarea de titanes.

Hassan al Osta, un economista de Misrata, es de la opinión de Fathi Terbil, el abogado defensor de las víctimas de la más célebre matanza del régimen, la perpetrada en junio de 1996 en la prisión tripolitana de Abu Salim, cuando 1.270 presos, muchos de ellos activistas políticos, fueron acribillados y despedazados con granadas y ametralladoras en los patios de la cárcel. "La violencia de ahora provocará que la gente deteste la revolución", declaró días atrás Terbil, también miembro del Consejo Nacional Transitorio, el organismo rector del alzamiento. "Los saqueos en Sirte son algo inaceptable porque por cosas de este tipo nos levantamos contra Gadafi", corrobora Al Osta.

Y mientras Sirte, Zlitan y Bani Walid, feudos del régimen depuesto, son ahora ciudades despobladas, Misrata vive una celebración permanente, solo teñida por la seriedad que impone la visita al museo de la guerra, un escaparate al aire libre de granadas, tanques, proyectiles de todo calibre... Los desfiles militares, en los que marchan las camionetas con las armas montadas, uno de los símbolos de la rebelión, se suceden un día sí y otro también; los helicópteros sobrevuelan la ciudad con la nueva bandera tricolor (la monárquica verde, negra y roja) colgando de sus tripas; se entregaran diplomas, flores y un Corán a los familiares de cada una de las víctimas rebeldes, cuyos nombres se leen uno a uno; los niños posan para ser inmortalizados con los fusiles de sus padres; los pilotos de guerra que rechazaron obedecer las órdenes del dictador y volaron hacia Malta o lanzaron las bombas sobre el desierto son vitoreados; las ambulancias, los camiones de bomberos, incluso los vehículos de recogida de basuras, son aplaudidos por los misratíes. Y los insurrectos armados bailan dando palmadas y cantando en la base militar, a 10 kilómetros de Sirte, desde la que organizaron el asedio. El estribillo, que rima en árabe, viene a decir: "Quien hiere a Misrata recibirá fuego. Gadafi, espera, espera, en Misrata te pondremos bajo tierra".

sábado, 29 de octubre de 2011

Teoría y práctica del tiranicidio


Matar al dictador caído, como Gadafi, sitúa al ganador de la guerra en la posición de un libertador - El espectáculo macabro tiene algo de totémico

JOSÉ MARÍA RIDAO 28/10/2011

Las primeras noticias procedentes de Sirte la mañana del 20 de octubre daban cuenta de la detención de Gadafi. Pocas horas después las informaciones no hablaban ya de la detención, sino de la muerte del dictador libio. Según la nueva versión de los hechos, habría sido alcanzado durante un bombardeo de la Alianza Atlántica contra el convoy en el que trataba de huir. Un vídeo de escasa calidad, grabado desde un teléfono móvil, parecía corroborarlo: en él se observaba la imagen de un cadáver con el rostro contra el suelo y rodeado de hombres armados que se esforzaban por darle la vuelta, como si su intención fuera identificarlo. Solo con la ayuda de un paño alrededor de la mandíbula lo consiguen, y entonces sí, por un breve instante aparecen unos rasgos familiares que podrían ser los de Gadafi.

Las dudas acerca de si se trataba de su cadáver no quedarían despejadas, sin embargo, por el análisis minucioso de este primer vídeo, sino por la inmediata aparición de otro, también de escasa calidad y también grabado desde un teléfono móvil. En él es Gadafi, indiscutiblemente Gadafi, quien avanza dando traspiés entre milicianos armados. La inercia de la versión anterior se proyecta sobre la siguiente: la sangre en el cuello de Gadafi y sobre sus ropas -se piensa en esos instantes de confusión- debe de ser el resultado de las graves heridas recibidas durante el ataque de la Alianza Atlántica, y a las que supuestamente habría sucumbido. Nuevos vídeos, sin embargo, desmintieron con descarnada contundencia todas las versiones previas: Gadafi había sido apresado con vida, linchado por sus captores y, al parecer, asesinado de un tiro en la sien.

No era, con todo, el final, sino el comienzo de un espectáculo macabro que se prolongaría durante cuatro días en una improvisada morgue de la cercana ciudad de Misrata; en realidad, la cámara frigorífica de un mercado en la que semidesnudo sobre un colchón, primero a solas y después en compañía del cadáver de su hijo Mutasim, Gadafi sería expuesto al escarnio público hasta el amanecer del pasado martes, cuando fue enterrado en algún lugar del desierto. Además de los vídeos que registran los instantes finales de Gadafi, fueron apareciendo otros que recogen los de su hijo Mutasim, detenido en lo que parece un salón doméstico con la pared empapelada y bebiendo agua de una botella de plástico. Alguien lo increpa desde detrás del objetivo, él responde con altanería. El vídeo se detiene en ese momento, y la siguiente imagen de Mutasim es aquella en la que aparece muerto junto a su padre.

Gadafi expuesto sin vida en la cámara frigorífica de un mercado de Misrata ha pasado a formar parte, no ya de la nómina de los dictadores derrocados, sino de otra más escalofriante y estricta en la que se encuentran los que, además de derrocados, fueron linchados antes de morir y su cadáver mostrado como trofeo y librado a la profanación. Los hechos de los que dan testimonio los vídeos grabados el 20 de octubre dejan en mal lugar al Consejo Nacional de Transición, bien porque los consintió, bien porque careció de autoridad para impedirlos. En el primer caso, el asesinato de Gadafi y los suyos harían presagiar que, si nada lo remedia, la tiranía sobreviva al tirano, reponiendo a otro en el puesto vacante; en el segundo, que la guerra civil contra Gadafi pudiera ser el preámbulo de otra entre las diversas milicias armadas y solo unidas hasta ahora por la existencia de un enemigo común.

El líder del Consejo Nacional de Transición, Mustafa Abdel Jalil, pronunció el primer discurso tras la muerte de Gadafi y el final definitivo de su régimen en la plaza de los Mártires en Trípoli, y muchos libios se preguntaron por qué no lo hizo en otras ciudades que habían participado con más determinación en la lucha. También afirmó que la sharía inspiraría la nueva legislación, y, de nuevo, muchos libios se preguntaron por qué Abdel Jalil tomaba en solitario una decisión que no le correspondía. Las razones políticas detrás de estas inquietudes, de estas preguntas, son fácilmente reconocibles, y tienen que ver con el origen territorial de los grupos rebeldes y con su diferente adscripción ideológica. Ahora bien, la respuesta a por qué Abdel Jalil se creyó legitimado para decidir en solitario un asunto crucial en el futuro de Libia está relacionada con un problema clásico de la teología que, al secularizarse los fundamentos del poder, pasó al ámbito de la filosofía; tiene que ver, en fin, con la teoría y con la práctica del tiranicidio.

El jesuita Juan de Mariana (1536-1624) es reconocido como uno de los principales defensores del derecho a deponer a un monarca y, en general, a un gobernante, cuando incumple las obligaciones más elementales con los gobernados, en la estela de santo Tomás. Como este, Mariana concentra el grueso de sus argumentos en el momento previo a la ejecución del tiranicidio, en la controversia acerca de si puede ser o no justificado. No presta tanta atención, en cambio, al momento posterior, al derecho que adquiere, o cree adquirir, quien ha acabado materialmente con el tirano, y que se concreta como derecho a decidir ante sí y por sí el orden político que se instaurará a continuación. Al haber arriesgado su vida, el autor de un tiranicidio siente que este derecho suyo es superior al de quienes se mantuvieron pasivos ante el tirano, por connivencia, por temor o por cualquier otro motivo.

Este y no otro es el razonamiento que hace Lorenzino de Médicis, el Lorenzaccio de la obra homónima de Alfred de Musset, en Apología de un asesinato, un texto en el que el autor de un tiranicidio explica abiertamente sus sentimientos y razones. En 1537, Lorenzino da muerte a su primo Alejandro, duque de Florencia, con quien había compartido las juergas y arbitrariedades que sumieron en el desgobierno y el caos a la ciudad. En respuesta a quienes le condenan por haber asesinado a su primo, Lorenzino defiende en la Apología que su acto obedecía a un deseo de libertad, el más noble de todos los deseos humanos, y que, por tanto, debía ser considerado como un tiranicidio, no como un crimen común. Pero añade, no sin un punto de provocación, que una vez ejecutado, y viendo las reacciones, llegó a resultarle difícil decidir si Alejandro merecía mayor castigo por su maldad que el pueblo de Florencia, al que acusa de cobarde, por haberla soportado. "Aceptar el statu quo", prosigue Lorenzino, intentando justificar que la situación de Florencia fuera a peor después del asesinato de Alejandro, "era más peligroso que enrolarse, con alguna esperanza de éxito, en la tarea de liberar la patria".

Abdel Jalil, lo mismo que tantos caudillos, tantos hombres providenciales en tantas épocas y lugares, suscribiría seguramente las palabras de Lorenzino acerca de "la tarea de liberar a la patria". Quién sabe si, además, no se habrán sentido acosados en algún momento difícil de las guerras que libraron por las palabras anteriores, en las que Lorenzino se confiesa atrapado en el dilema de decidir si Alejandro era más culpable por sus maldades que el pueblo de Florencia por soportarlas. Desde la perspectiva hacia la que apunta vagamente Lorenzino, arrogarse el derecho a decidir el orden que sucederá al derrocado, según hizo Abdel Jalil en su primer discurso tras el linchamiento y muerte de Gadafi, puede ser expresión de la fe que empujó a la lucha, sea una fe religiosa o política. Pero podría ser también una fórmula para evitar que el autor del tiranicidio no sucumba a la sospecha de haber puesto la vida en juego por la libertad de un pueblo que no lo merecería del todo, culpable de haber soportado al tirano. Si el autor del tiranicidio no se debe a su pueblo, sino a la fe que le empujó a la lucha y que se apresura a imponer tan pronto el tirano ha perecido, entonces el dilema, la sospecha de Lorenzino pierde cualquier vigencia: el pueblo podrá ser culpable de haber soportado la tiranía; la fe, nunca.

La oratoria de Abdel Jalil en el discurso de Trípoli sugiere, solo sugiere, que este podría ser el caso del Consejo Nacional de Transición. Abdel Jalil gritó literalmente "alzad bien vuestras cabezas, sois libios libres", no "alcemos bien nuestras cabezas, somos libios libres", y la multitud estalló en gritos de júbilo. El posible mensaje subrepticio, el posible eco del dilema que expresó Lorenzino en la Apología y que solo el tiempo y los acontecimientos determinarán si alentaba o no en el discurso de Abdel Jalil, era, podría ser: "Nosotros, miembros del Consejo Nacional de Transición, ya la teníamos alzada y, si ahora sois libios libres, a nosotros nos debéis la libertad. Haremos con ella lo que mejor convenga, según nuestro criterio".

El diferente ánimo con el que se contempla la revolución libia, por un lado, y la tunecina y la egipcia, por el otro, responde a la manera en que se desarrollaron las respectivas revueltas y, en definitiva, los respectivos tiranicidios. La caída de Ben Ali y de Mubarak fue obra de las manifestaciones en las plazas, de todos y de nadie, por lo que el orden que suceda al derrocado tendrá que surgir, en principio, de un pacto que no puede ser en exclusiva de nadie y que, por eso mismo, tendrá que ser de todos. En Libia, por el contrario, y desde el momento en que Gadafi optó fatalmente por la violencia y la guerra, la caída del tirano exigió acciones militares de una vanguardia armada. De esa vanguardia armada hay que esperar, ahora, que se dirija a los libios, participaran o no en la guerra, y lo hicieran en el bando que lo hicieran, para decirles generosamente: "La victoria es vuestra", y no lo que parece deducirse del primer discurso de Abdel Jalil: "Es verdad que conseguimos la victoria en vuestro nombre, pero sus únicos propietarios somos nosotros".

El espectáculo macabro que se prolongó durante cuatro días en la cámara frigorífica de un mercado de Misrata pudo obedecer a irrefrenables sentimientos de venganza, sin descartar, además, el simple morbo. Era, sin embargo, un espectáculo conocido, en el que cambiaban los protagonistas pero el guión permanecía invariable. En Misrata, Gadafi y los suyos recibieron el mismo trato que Mussolini y su amante, Clara Petacci, en Italia, expuestos cabeza abajo desde el dintel de una gasolinera; que Elena y Nicolae Ceaucescu, cubiertos de polvo y derrumbados uno contra el otro tras el fusilamiento en Rumanía; que Samuel Doe, depuesto y ejecutado en Liberia, mientras una cámara filmaba las imágenes que luego se esparcirían por el mundo. Son todos ellos espectáculos que dicen mucho de la condición humana, pero también de los fundamentos del poder.

En Tótem y tabú, Freud aventuraba la hipótesis, luego recogida sumariamente en Psicología de las masas, de que la vida social tendría como origen el asesinato de un padre totémico y un banquete ritual entre los hijos. No son banquetes, desde luego, ni se trata del origen de la vida social sino de cambios políticos, pero los espectáculos macabros en torno al cadáver de los dictadores tienen algo de totémicos. Quienes participan con más entusiasmo, quienes más se burlan y más se exhiben, parecen apurar el último momento para demostrar que ellos no soportaron la tiranía, cancelando sin saberlo el dilema que acosaba a Lorenzino de Médicis. También para dejar constancia ante el nuevo poder que ha emanado del tiranicidio, y del que esperan, si no una participación, sí al menos que no les reserve la suerte atroz de quienes colaboraron con el tirano depuesto. Profanando los cadáveres de Gadafi y su hijo en la cámara frigorífica de un mercado de Misrata, los libios que filmaban vídeos y se fotografiaban afirmaban ostentosamente de qué lado estaban, quién sabe si confiando en que así nadie les preguntaría de qué lado estuvieron.


Distintas formas de acabar con un déspota

- Benito Mussolini, 1945. El primer ministro y dictador de Italia fue ejecutado a tiros el 28 de abril de 1945 cerca de Como, al norte del país, junto a su amante, Clara Petacci. Los partisanos que se habían rebelado contra el dictador decidieron ejecutarlo en medio de un ambiente de gran confusión. Sus cadáveres fueron trasladados a Milán y, allí, escarnecidos por la multitud.

- Elena y Nicolae Ceaucescu, 1989. El expresidente de Rumanía, Nicolae Ceaucescu, y su esposa y mano derecha, Elena, fueron ejecutados en diciembre de 1989 después de un juicio sumarísimo ante un tribunal militar. La pareja -ella fue vicepresidenta del Gobierno y presidenta de la Comisión de Control del partido- dirigieron el país durante 24 años con mano de hierro. El Frente de Salvación Nacional les condenó por genocidio, demolición del Estado y acciones armadas contra el Estado y el pueblo, destrucción de bienes materiales y espirituales, destrucción de la economía nacional y evasión de 1.000 millones de dólares hacia bancos extranjeros.

- Samuel Doe, 1990. Fue el presidente de Liberia durante 10 años. En septiembre de 1990 fue brutalmente torturado y finalmente ejecutado por un grupo de rebeldes; el país vivía una guerra civil desencadenada por un antiguo colaborador de Doe desde el año anterior. La tortura se grabó en un vídeo que luego fue difundido, y el cadáver de Doe fue expuesto en un hospital de Monrovia.

- Sadam Husein, 2006.
El dictador iraquí fue ejecutado en diciembre de 2006 tras ser condenado por cometer crímenes contra la humanidad. Fue juzgado dos veces: por el asesinato de chiíes y por la matanza de kurdos. Las imágenes del ahorcamiento se vieron en las televisiones de todo el mundo. Husein había gobernado Irak durante más de dos décadas, desde 1979 a 2003.