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viernes, 2 de noviembre de 2012

El hombre lobo era mujer

Un forense del Instituto de Medicina Legal de Galicia revisa la figura del asesino múltiple Romasanta y le diagnostica un trastorno genético de intersexualidad



Cosía, bordaba, calcetaba. Cortaba trajes y vestidos. Era un ser dulce, entrañable, amigo, sobre todo, de sus amigas. Apenas alcanzaba el metro cuarenta de estatura, y tenía "cara de bueno". Esto último lo dice Fernando Serrulla, responsable de la Unidad de Antropología Forense del Instituto de Medicina Legal de Galicia. El mismo profesional que ayer, en la primera sesión de las jornadas sobre Manuel Blanco Romasanta que se celebran este puente en Allariz, organizadas por la Fundación Vicente Risco, propuso una nueva teoría médica que podría barrer para siempre el mito del lobishome (también conocido como sacaúntos) gallego: El asesino múltiple nacido en una aldea de Esgos que en 1853 se salvó del garrote vil tras un proceso judicial sin precedentes, seguido con interés en toda España y financiado a espuertas por Isabel II, podría haber sido en realidad una hembra, una lobismullernacida con un extraño síndrome de intersexualidad. 

 Ya se sabía que Blanco Romasanta había sido inscrito en la partida de nacimiento, en 1809, como Manuela, aunque un registro parroquial, ocho años más tarde, lo confirmaba como Manuel. La última la del nombre, en realidad, no había sido una errata. Al nacer, sus padres no tuvieron muy claro el sexo del bebé. Con el tiempo, prefirieron considerar que aquello era un micropene, pero probablemente era un clítoris muy desarrollado. 

 El antropólogo Xosé Ramón Mariño Ferro ya apuntó hace tres años la posibilidad de que Romasanta fuese una mujer. Ahora Serrulla lo corrobora, sugiere una enfermedad concreta y aporta nuevos datos. Aunque dice que la seguridad absoluta no la podrá tener si no realiza una prueba genética. Los mayores investigadores del criminal, los abogados Cástor y Félix Castro, descartan la posibilidad de hallar sus restos. Romasanta murió en la cárcel de Ceuta de cáncer de estómago poco después de que se conmutase su pena capital por la cadena perpetua, y fue enterrado en una fosa común. 

 Así que la analítica habría que proponérsela a alguno de los familiares del asesino que supuestamente siguen viviendo en la provincia de Ourense. No son descendientes directos, sino tataranietos de algunos de los cuatro hermanos que tenía. Él, o ella con apariencia de hombre, llegó a casarse con una mujer, pero enviudó un año después, y por supuesto no tuvo hijos. Más tarde enamoró a otras vecinas, madres solteras o separadas de Rebordechao (Vilar de Barrio) y Castro de Laza, pero debieron de ser relaciones platónicas. Entre los papeles que le fueron requisados había alguna copla que les cantaba, cambiando el nombre de la chica según la ocasión. Las encandiló, y a todas ellas, después, confesó haberlas matado, junto con sus hijos menores, cuando los transportaba hacia una vida mejor, y un empleo prometido, en Santander o en la ciudad de Ourense. Esas fueron las nueve víctimas por las que se le condenó a muerte, aunque se le atribuyeron otras anteriores, hasta un total de 17. 

 Fernando Serrulla habla de pseudohermafroditismo femenino, una forma de estado intersexual que viaja en los genes de padres a hijos, aunque "solo se manifiesta en uno de cada 10.000 o 15.000 nacidos vivos". El propio investigador, como forense, cuenta que en su departamento, con sede en el Hospital de Verín, ha tenido que ver casos de niños o niñas que, antes de quedar inscritos en el Registro Civil, necesitan un reconocimiento para determinar su sexo. Blanco Romasanta era Manuela. Tenía sexo de mujer pero, a causa de este pseudohermafroditismo, segregaba una cantidad desmesurada de hormonas masculinas y sufrió un proceso de virilización. "Estas personas, debido a los andrógenos, pueden presentar episodios de fuerte agresividad", explica Serrulla. Esto podría ayudar a comprender la figura del criminal, un personaje que, como vecino, "era un encanto de tío" y se ganaba el cariño y la confianza del pueblo. 

 En su intervención, Serrulla también presentó el nuevo rostro del sacaúntos, así conocido porque se dijo que, además de las ropas en las ferias, vendía a farmacéuticos portugueses la grasa que obtenía cociendo a sus víctimas (los hermanos Castro localizaron libros de alquimia de la época, en los que se habla de las virtudes del sebo de difunto para tratar la epilepsia e incluso la alopecia). 

 La nueva cara de Blanco Romasanta es diferente de la que dibujó para un libro publicado en 1991 el exjefe de policía de Galicia Luis García Mañá y que se tomó por buena durante dos décadas. La de ahora se basa en las descripciones antropométricas y los reconocimientos médicos que realizaron los cinco facultativos que participaron en la instrucción del sumario (de 1.667 folios) y el juicio, celebrado en Allariz, Verín y, finalmente, A Coruña. Estos médicos descartaron en 1852 la versión de la defensa: el criminal había asegurado que sufría un maleficio y que devoraba a sus presas en compañía de otros lobos. Finalmente, se libró de la ejecución de la sentencia porque un hipnólogo francés que se presentó como doctor Philips convenció in extremis a la reina de que el reo sufría un trastorno mental llamado licantropía. Una vez reconstruida la identidad de Romasanta, ahora Cástor y Félix Castro intentan localizar con el forense en cuevas de la sierra ourensana de San Mamede algún resto óseo de las mujeres y los niños que mató.