viernes, 21 de marzo de 2025

Ni Covid, ni malaria: la tuberculosis vuelve a ser la principal causa de muerte por enfermedad infecciosa

  

Su nombre científico es Mycobacterium tuberculosis, un bacilo de tamaño microscópico que tiene en jaque a los humanos desde la noche de los tiempos. Es la bacteria responsable de la tuberculosis, una de las enfermedades infecciosas más antiguas de la humanidad. También, la que más muertes ha causado. Solo en los últimos dos siglos se estima que se ha cobrado la vida de más de 1.000 millones de personas. Pese a los avances en la lucha contra la enfermedad, en 2023 se contabilizaron 10,8 millones de nuevos casos en todo el mundo (unos 4.000 fueron en España) y 1,25 millones de muertes. Cierto que no suscita tantos titulares como algunos microorganismos más mediáticos, como el causante de la covid, el de la malaria o el VIH, pero la ciencia sigue trabajando duro para cortar el paso a esta enfermedad a través de diversas líneas de investigación que buscan mejorar la prevención, diagnóstico y tratamiento.

Bajo el título “La tuberculosis sigue siendo la enfermedad infecciosa que más muertes causa”, la Fundación “la Caixa” organiza este 26 de marzo a las 19 horas un nuevo debate abierto para abordar los problemas en la lucha contra esta bacteria y conocer algunas de las investigaciones más prometedoras. Para ello contarán con tres expertos: Pere-Joan Cardona, jefe del servicio de Microbiología del Hospital Germans Trias i Pujol y responsable del grupo de investigación de Microbiología Clínica y Experimental del Instituto de Investigación de ese mismo centro; Iñaki Comas, líder de la Unidad de Genómica de la Tuberculosis en el Instituto de Biomedicina de Valencia, Consejo Superior de Investigaciones Científicas (IBV-CSIC); y Alberto García-Basteiro, profesor asociado de investigación en el Instituto de Salud Global de Barcelona (ISGlobal) y coordinador del área de investigación en tuberculosis del Centro de Investigación en Salud de Manhiça (CISM).

¿Qué pasó con la vacuna?

Durante siglos, la tuberculosis ha causado pavor entre los humanos por su alta mortalidad y la facilidad de contagio por vía aérea al toser o estornudar. Paradójicamente, ha habido épocas en las que el aspecto lánguido, la palidez o la fragilidad que causaba esta enfermedad ha sido fuente de tétrica inspiración para muchos artistas, desde Thomas Mann a Chopin, Modigliani o Munch. Los síntomas son bien conocidos: tos, dolores torácicos, debilidad, pérdida de peso, fiebre y sudores nocturnos. La infección se ceba, sobre todo, en los pulmones, aunque puede afectar también a los riñones, el cerebro o la columna vertebral.

La comunidad científica lleva más de un siglo plantándole cara con relativa eficacia. Existe una vacuna desde 1921 (la vacuna BCG, siglas de bacilo de Calmette-Guérin), pero solo protege de las variantes más graves en niños, como la tuberculosis meníngea. Su protección disminuye con el tiempo y no previene la infección primaria en adultos, ni la reactivación de la tuberculosis latente. Por esa razón ha dejado de administrarse en los países con baja incidencia de esta enfermedad, como España, Estados Unidos u otros países de la UE, y ya solo se administra a los bebés y niños pequeños en los países donde la tuberculosis es común. El tratamiento con antibióticos es lento, largo y se enfrenta al grave problema de las resistencias.

 Este fracaso relativo de la antigua vacuna y la urgencia de contener una enfermedad infecciosa que en pleno siglo XXI sigue siendo la que más muertes causa continúan impulsando a la comunidad científica a desarrollar nuevas vacunas más eficientes y duraderas. Ya hay 14 candidatos vacunales en fase de desarrollo clínico, es decir, en fase de pruebas en seres humanos. Unas ponen el foco en prevenir la infección; otras, en evitar el desarrollo de la enfermedad en caso de contagio. El equipo que lidera García-Basteiro está llevando a cabo diversos ensayos clínicos de nuevas vacunas para la prevención de la enfermedad, así como estudios para evaluar la eficacia de nuevos métodos de detección de la bacteria a partir de la orina o las heces en vez de muestras respiratorias. También están desarrollando un estudio epidemiológico para determinar el papel de la tuberculosis asintomática en la transmisión de la enfermedad.


Predilección por los vulnerables

Todos podemos, en algún momento de nuestra vida, estar expuestos al bacilo, especialmente en aquellos países donde la tuberculosis es más común. Sin embargo, solo unos pocos desarrollarán la enfermedad. Las estadísticas apuntan que la cuarta parte de la población mundial ha estado expuesta al bacilo de la tuberculosis en algún momento de su vida, es decir, la bacteria podría haber entrado en sus pulmones. Es lo que se conoce como infección latente: la bacteria ha entrado, pero no es capaz de proliferar y causar una tuberculosis activa. Por suerte, solo el 10 % de las personas infectadas desarrolla la enfermedad.

¿Qué determina que la infección latente progrese o que no llegue a manifestarse nunca como enfermedad? Como en otras muchas enfermedades, el estado del sistema inmunológico del paciente va a ser clave. El riesgo aumenta en personas inmunodeprimidas (por el VIH, por ejemplo), con desnutrición o diabetes. Ciertos hábitos poco saludables, como el consumo de tabaco o alcohol, favorecen también el desarrollo de la enfermedad. Estos factores, unido a condiciones socioeconómicas adversas que favorecen un peor estado de salud, explican el estigma que desde hace siglos acompaña a la tuberculosis como enfermedad asociada a la pobreza y a los colectivos más desfavorecidos. El papel de bailarina tísica interpretado por Nicole Kidman en Moulin Rouge encarna a la perfección ese señalamiento social.

¿Por qué unos enferman y otros no?

Algunos trabajos de investigación, como el de Cardona y su equipo, se centran en comprender los mecanismos que favorecen que la infección latente acabe despuntando como una tuberculosis activa. El estrés y la inflamación, se han identificado como desencadenantes, lo que permite avanzar hacia nuevos métodos de diagnóstico y tratamiento. También trabajan en una vacuna terapéutica que se administraría a personas ya infectadas. Esta innovadora terapia permitiría reducir la duración del tratamiento antibiótico actual de seis meses a tan solo tres semanas.

Por su parte, el equipo de Comas busca las respuestas en el interior de la propia bacteria usando la genómica. El objetivo es comprender cómo ha evolucionado en los milenios en los que ha acompañado al ser humano e identificar los determinantes de su virulencia. Conocer cómo es y cuáles son sus mecanismos de acción permitirá desarrollar tratamientos más eficaces, reducir las resistencias a los antibióticos y afinar en las estrategias de prevención.

domingo, 2 de marzo de 2025

Habrá que atacar el cáncer con varios fármacos a la vez, como en el sida

  

Hace cuatro décadas que Mariano Barbacid (Madrid, 1949) identificó por primera vez el oncogén, la alteración molecular implicada en el desarrollo tumoral. Hoy, este bioquímico de prestigio mundial sigue investigando, y ha decidido donar parte de su testamento a la Fundación CRIS contra el cáncer para que prosiga la labor de los científicos. “Lo que sí le puedo garantizar, y en esto no me equivoco, es que si no se investiga no se puede avanzar”, incide.

¿Qué importancia tienen los testamentos solidarios?

Hay más de 100 cánceres distintos. En algunos la supervivencia está por encima del 95% y en otros, como en el que trabajamos nosotros, el carcinoma ductal de páncreas, está por el 5%. La Fundación CRIS dona todo para investigación a grupos de demostrado prestigio. Es una financiación absolutamente esencial, sobre todo cuando trabajas con modelos animales, que es muchísimo más caro que trabajar con células.

¿Cómo ha cambiado la comprensión del cáncer desde que descubrieron el oncogén?

Desde finales del siglo pasado hay tres terapias completamente nuevas. Hasta entonces era o la radiación fotónica, lo que se entiende por radioterapia, o la quimioterapia, fármacos que más o menos mataban a las células tumorales un poquito mejor que a las normales, pero con una toxicidad muy elevada. Solo hay un tipo de tumor que se ha podido curar con quimio, el cáncer testicular. En el resto la quimio alarga la supervivencia pero no cura. Desde principios de siglo tenemos las terapias dirigidas contra la mutaciones cancerígenas, de las que conocemos más de 500 gracias a las técnicas de ultrasecuenciación. Se van desarrollando inhibidores selectivos contra estas mutaciones; ahora tendremos 30 o 40. Luego tenemos la inmunoterapia, basada en la activación de nuestro sistema inmune para que reconozca el tumor. Y luego la tercera técnica que ha salido son las células CAR-T. Esto en realidad no es un fármaco, es un procedimiento, y en el hospital Clínic de Barcelona han desarrollado dos, contra los linfomas y contra el mieloma múltiple. Todo esto ha cambiado el panorama, no solo de los índices de supervivencia, sino también una cosa muy importante, la calidad de vida del paciente.

No es lo mismo sobrevivir cinco años en la cama que llevando una vida prácticamente normal.

Aunque a lo mejor al final el desenlace pueda no ser el deseado, la calidad de vida del paciente también es un factor muy importante a la hora de hablar de los tratamientos oncológicos. Llevo trabajando en cáncer medio siglo, todo esto ha cambiado muchísimo y seguirá cambiando, porque mientras se siga investigando se seguirán mejorando los tratamientos

¿El futuro está en la inmunoterapia?

La inmunoterapia tiene cosas buenas, lo bien que funciona en determinados tumores. Pero de los 100.000 checkpoints [puntos de control inmunitario, impiden que la respuesta inmunitaria destruya las células sanas] solamente ha funcionado uno bien. Es decir, el sistema inmune tiene que estar muy bien regulado, porque cuando tenemos una infección tenemos que luchar contra ella, pero en el momento que se ha acabado la infección ya no queremos que siga activo porque si no tendríamos enfermedades autoinmunes. La esperanza es que la investigación amplíe el abanico de estos checkpoints para que puedan atacar otros tipos de tumores. Eso lleva su tiempo. Mire, el primer inhibidor selectivo se aprobó en el 2021, 39 años después de que publicáramos el descubrimiento del primer oncogén. Es decir, la ciencia a veces va muy rápida y a veces no tanto, pero lo que está claro es que si no investigamos nunca llegaremos al final del camino. 

Ahora está dedicado a al cáncer de páncreas, el más letal.

Trabajo en cáncer de páncreas porque está iniciado en el 95% de los casos por el oncogenes que descubrimos, el KRAS; si no, pues a lo mejor podría trabajar en otro tipo de tumor o en melanoma. Estamos desarrollando unas terapias inhibiendo la señalización oncogénica de este oncogenes a distintos nodos, es decir, a distintas dianas dentro de esa cadena de señalización, con la idea de conseguir no solamente una actividad terapéutica más robusta, sino que además no haya resistencias. Uno de los principales problemas de la medicina de precisión es que aparecen resistencias muy rápido. Habrá que atacar el cáncer con varios fármacos a la vez, porque esto es lo que pasó con el sida. No va a ser tan fácil, pero esa es la idea. Atacar las señales congénitas desde distintos ángulos y al mismo tiempo para mejorar la respuesta terapéutica e impedir el que aparezcan resistencias.

¿Tiene la sensación de que la palabra cáncer ha perdido parte de su dramatismo?

Creo que sí, porque globalmente en el mundo desarrollado ya se está cerca de una supervivencia media del 70%. La palabra cáncer no es sinónimo de muerte. Pero hay que ponerle apellido al cáncer. Decimos que ya casi nadie se muere de cáncer de próstata, nos morimos con cáncer de próstata. Pasa algo parecido con la mayoría de los cánceres de mama, con la excepción de los triples negativos, que evidentemente son más agresivos. En cambio en el cáncer de páncreas no quiero decir que sea sinónimo de muerte, pero casi. En el mundo del cáncer hay todo un abanico de supervivencias y de formas de reaccionar a las distintas mutaciones y a los distintos tratamientos, pero la gente ya sabe que puede luchar y que puede llegar a curarse y, en el peor de los casos, puede vivir unos años . Está cambiando el miedo que tenía la sociedad la palabra cáncer

¿En su trabajo cuál sería el próximo hito?

No se sabe, porque nosotros vivimos en el mundo del ratón, todavía no hemos llegado a poder hacer un ensayo clínico. Hemos conseguido curar el cáncer de páncreas en ratones, pero no podemos predecir el paso a humanos. Lo hemos conseguido eliminando tres dianas. Ya hay fármacos contra dos de ellas, pero nos falta el tercero. Sin él, no podemos empezar ensayos clínicos. Es en lo que estamos trabajando ahora más intensamente.

 

Fuente: La Vanguardia