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sábado, 15 de agosto de 2015

¿Para qué servían las esfinges?


Estos monstruos fabulosos eran considerados por los antiguos egipcios como los protectores místicos de templos y moradas de los difuntos. Las creencias populares les atribuían también un gran poder contra las enfermedades y los maleficios. De ahí que se recurriera a ellas en la decoración de las tumbas, para ahuyentar a los espíritus que vagaban por los cementerios. Asimismo, se empleaban como ornamentos en los vestidos, alhajas y sellos, con el fin de dar a estos objetos el valor de amuletos o filacterias.
Las esfinges se representaban como una criatura con el cuerpo de un león echado sobre el vientre, con las patas delanteras extendidas y paralelas , o sentado sobre sus cuartos traseros. Su cabeza adoptaba los rasgos de un faraón, aunque a veces podía tener también la cabeza de un halcón, un carnero -como las esfinges de Karnak- o de otro animal.
Esculpidas básicamente en granito, pórfido y alabastro, algunas de ellas alcanzaban enormes dimensiones. Éste es el caso de la monumental esfinge de Gizeh, que está emplazada a la derecha de la pirámide de Kefrén, de la IV dinastía.


lunes, 10 de septiembre de 2012

El Papa que no pudo ser


El recién fallecido cardenal Martini representaba a una Iglesia moderna, llena de dudas y de empatía con el prójimo 

 Tal vez presumiendo que, a su muerte, todos se iban a pelear por su túnica, el cardenal Martini eligió la manera de marcharse. Su cómplice fue el párkinson, el verdugo que desde hacía 16 años le venía quitando la vida poco a poco, el mismo que, allá por la primavera de 2005, segó de un tajo su única posibilidad de salir de un cónclave convertido en Papa. Un Papa moderno, dialogante, crítico, con dudas. Un Papa imposible. Así que, el pasado 8 de agosto, Carlo Maria Martini —cardenal de Milán desde 1979 a 2002— recibió al también jesuita Georg Sporschill y le concedió una entrevista. Después de revisarla, incapaz ya de comer, de beber y casi de hablar, llamó a su médico y le dio las instrucciones precisas para que lo dejara morir en paz, sedado, sin tratamiento terapéutico. Fue su último acto de rebeldía. Un día después de su muerte, acaecida el 31 de agosto en la residencia de los jesuitas en Gallarate (Varese), el diario italiano Corriere della Sera publicaba la entrevista. Su testamento vital. Su llamada de atención: 

 —La Iglesia está cansada, en Europa y en América. Nuestras iglesias son grandes, nuestros conventos están vacíos y la burocracia de la Iglesia aumenta. Nuestros rituales y nuestra ropa son pomposos. ¿Expresan estas cosas lo que somos hoy día? 

 Aquel 8 de agosto, el jesuita alemán Georg Sporschill acudió a la residencia de Gallarate junto a Federica Radice Fossati Confalonieri, laica, amiga de ambos, encargada de traducir preguntas y respuestas. Sporschill hablaba en alemán. El cardenal Martini, en un italiano apenas audible. “Creíamos”, contó después Federica, “que íbamos a estar allí 10 minutos, pero la conversación se prolongó por dos horas”. El día 23, la traductora regresó a la residencia de los jesuitas y obtuvo de Damiano Modena, el secretario del cardenal, el visto bueno a la entrevista. Eso sí, con una petición: “El texto es estupendo, pero es muy fuerte. Esperemos a hacerlo público después de la muerte”. Todos tenían la seguridad entonces de que aquellas palabras estaban destinadas a ser incluidas en el testamento del Carlo Maria Martini. Las palabras del “cardenal del diálogo”, del “hombre que hablaba al corazón de todos” —así lo ha calificado la prensa italiana—, reflejan, desde hace años, su preocupación por el divorcio entre la Iglesia católica y el mundo que la rodea. 

 —¿Qué herramientas recomienda usted para vencer la fatiga de la Iglesia? 

 —Yo recomiendo tres muy fuertes. La primera es la conversión: la Iglesia debe reconocer sus errores y seguir un proceso de cambio radical, empezando por el Papa y los obispos. Los escándalos de pederastia nos empujan a emprender un camino de conversión. Las preguntas acerca de la sexualidad y todos los temas relacionados con el cuerpo son un ejemplo. Estos son importantes para todo el mundo y, en ocasiones, tal vez son demasiado importantes. Debemos preguntarnos si la gente sigue escuchando los consejos de la Iglesia en materia sexual. ¿En este campo la Iglesia sigue siendo una autoridad o solo es ya una caricatura en los medios? La segunda es la palabra de Dios. El Concilio Vaticano devolvió la Biblia para los católicos. Solo la persona que percibe en su corazón esta palabra puede ser parte de los que ayudan a la renovación de la Iglesia y responderán a las preguntas personales con una elección acertada. La palabra de Dios es simple y busca como compañero un corazón que escuche. Ni el clero ni el derecho canónico pueden sustituir a la interioridad del hombre. Todas las reglas externas, leyes, dogmas, son elementos para aclarar la voz interior y el discernimiento de los espíritus. ¿Para qué están los sacramentos? Estos son el tercer instrumento de sanación. Los sacramentos no son una herramienta para la disciplina, sino una ayuda a los hombres para el camino y las flaquezas de la vida. ¿Llevamos los sacramentos a las personas que necesitan fuerzas renovadas? Pienso en todas las parejas divorciadas y vueltas a casar, en las familias extendidas. Esta gente necesita una protección especial. La actitud que tomemos hacia las familias extendidas determinará la cercanía de la Iglesia a la generación de los hijos. Una mujer que es abandonada por su marido y tiene una nueva pareja que cuida de ella y sus tres hijos. Si esta familia es objeto de discriminación, se corta su relación con la Iglesia, no solo la relación de la madre, sino también la de sus hijos. Si los padres están fuera o no sienten el apoyo de la Iglesia, esta perderá la próxima generación… 

 Después de leer las reflexiones del cardenal Martini —las que hizo antes de morir y otras publicadas en libros o artículos de prensa—, no deja de llamar la atención que su sentido común pudiese ser piedra de escándalo en la Iglesia. Que hubiese quienes lo llegaran a considerar un anti-Papa. El propio cardenal se cuidó muy bien de mantener su lucha interior —entre la fe y la duda— dentro de la Iglesia. Su decisión de ser enterrado en la catedral de Milán —tras un funeral al que asistieron decenas de miles de personas— es el más claro ejemplo. Pero, por si cabía alguna duda, el general de los jesuitas, el español Adolfo Nicolás Pachón, quiso despejarla: “Era, ante todo, un hombre libre. Creo que Carlo Maria Martini ha sido un hijo de san Ignacio hasta el final”. 

 Usó su libertad, por ejemplo, para discrepar de la Iglesia y admitir con naturalidad las uniones civiles entre personas del mismo sexo: “Si dos personas gais desean firmar un pacto para dar una cierta estabilidad a su pareja, ¿por qué queremos que no sea así?”. O para condenar el encarnizamiento terapéutico, o para criticar la pompa y la burocracia del Vaticano: 

 —La Iglesia se ha quedado atrás 200 años. ¿Cómo no vamos a agitarnos? ¿Tenemos miedo? ¿Miedo en lugar de valor? La fe es el fundamento de la Iglesia. La fe, la confianza y el valor. Yo soy ya viejo y enfermo y dependo de otros. La buena gente a mi alrededor me hace sentir el amor. Este amor es más fuerte que el sentimiento de desconfianza que a veces se percibe hacia la Iglesia en Europa. Solo el amor vence a la fatiga. Dios es amor… 

 El entierro del cardenal Martini constituyó un espectáculo difícil de entender fuera de Italia. A la catedral de Milán acudió el jefe del Gobierno, Mario Monti, pero también líderes de la izquierda, representantes de otras confesiones religiosas y gente, mucha gente. Los periódicos dedicaron multitud de páginas y durante días las tertulias de la radio divagaron sobre una pregunta imposible: ¿qué sería de la Iglesia si Martini hubiese sido Papa…?