lunes, 12 de septiembre de 2011

A mi niñez



Mi querida y recordada niñez:
Quizá te parezca extraño que después de tantos años sin vernos decida escribirte.
Ha pasado mucho tiempo, lo sé y desde entonces he ido acumulando en mis espaldas distintas primaveras que arrastro con grandes esfuerzos por tener el corazón repleto de otoños, que hacen que mi piel y mis cabellos comiencen a tener color de invierno. Mis fuerzas, a pesar de querer aliarse conmigo, han desistido en su empeño y han encontrado asilo en mis ilusiones, que aún tengo.
¡Si supieras! Cuantas lluvias me han empapado desde que nos separamos. ¡Si supieras! … ¡Cuantos riscos he trepado!, algunos con destreza y otros con tanta torpeza, que me han hecho llorar cientos de lunas llenas.
Hoy como tantas otras veces, me he puesto a recordarte y he tenido una necesidad tremenda de tenerte cerca y has invadido de tal forma mi memoria que he sentido una suave sensación de que aún me pertenecía. Embriagada de nostalgia me he puesto a jugar con mi fantasía y juntas, muy juntas las dos hemos volado por aquel jardín de mi infancia, por aquel jardín de flores, de ilusiones y temores, lleno de juegos ingenuos, lleno de solitarias charlas por habernos imaginado grandes amigos fantasmas. Y he recordado aquel altruismo que, día a día, tú me inyectabas, hoy lleno de telarañas porqué la inevitable experiencia de la vida no me deja ponerlo en práctica, ni ponerle alas.
Mi querida niñez, ¡cuánto te echo de menos!. ¡Cuánto te echo en falta!.
Aún recuerdo nuestras risas cuando hacíamos trastadas y nuestros miedos, tapándonos la cabeza con las sábanas, porque, al estar apagada la luz de la habitación, el volante que tenían las cortinas del balcón, hacía que nos parecieran perfiles de brujas y de gente mala. ¿Cómo pudimos sentir tanto miedo?.. Si nunca estuvimos tan resguardadas.
Aún recuerdo aquellas noches de Reyes que por culpa de los nervios mojábamos la cama y luego, al llegar la mañana, nadie tenía que tirarnos de la manta, nosotras éramos las que despertábamos a toda la casa y temblando de frío y de emoción corríamos hasta el salón y la terraza, aquella terraza donde nos engañaban con amor, poniendo agua para los camellos y comida para los pajes y siempre, ¡siempre! había sorpresas y lo más importante, muchas cosas “innecesarias”. ¡Si vieras! mi querida niñez, cuando te conviertes en adulta, ¡las cosas que te regalan!… todas, todas… son necesarias.
Aún recuerdo catarros curados sin prisas, con convalecencias largas y lentas, donde leíamos cuentos de hadas y libros con los relatos de “Celia”. Al atardecer cuando la suave fiebre, acentuaba la modorra, nos dormíamos pensando que éramos protagonistas de aquellas historias entrañables. Todas las vivencias que sentimos juntas pasan a una velocidad vertiginosa por mi mente: castillos de arena, colecciones de conchas, de cromos, de estampas, de recortables. ¿Te acuerdas cuando recogíamos los nidos de gorriones que caían al jardín para que mi perro no los destrozara?… ¿Recuerdas como vigilábamos las largas e interminables filas que formaban las hormigas, para que nadie las dispersara a golpe de escoba?… ¿Recuerdas en las tardes de lluvia como nos metíamos con las botas de agua por los sucios charcos de la calle?… ¡Hemos hecho tantas cosas juntas!… que es difícil olvidarlas. ¡Trepábamos árboles, muros, la fachada de la casa!, cazábamos “zapateros”, criábamos gusanos de seda. ¡Qué importante has sido en mi vida!. ¡Qué hermosa tu compañía!.
Querida y recordada niñez si supieras lo diferente que es todo ahora. Me parece mentira haber sentido el deseo querer abandonarte cuando estábamos juntas. ¿Recuerdas?… yo me quería hacer mayor, dejarte atrás y cruzar la verja de nuestro jardín. Y ahora, ya ves, cometo la locura de escribirte, quizá sea por la huella tan importante que me dejaste clavada.
Dejé el jardín para adentrarme en el bosque y el bosque me pareció hermoso y lleno de novedades y proyectos. Durante algún tiempo, no te eché de menos, hasta que comprendí que todo era diferente. Tú, con tu ingenuidad, tu inocencia y tu maravillosa fantasía, hacías que me sintiera vacunada, inmune a las cosas horribles y crudas, hacías que creyera que nunca me rozarían, ni me dañarían.
Aquí, en este bosque, es al contrario, cuando veo algo hermoso, algo que creo tan limpio como tú, me acerco de lleno a tocarlo, a darme… y se me convierte en una planta carnívora que intenta devorarme.
Quiero que sepas que ahora no juego, sino trabajo. No hago locuras pues estoy llena de responsabilidades y no tengo fantasías, los problemas han ocupado su lugar. Pero a pesar de todo esto, te recuerdo y he podido por unos instantes, unos momentos escapar del círculo donde me enredaron los años y escapar hacia ti escribiéndote esta carta.
Para mi ha sido muy reconfortante y agradable, tanto, que estoy evitando despedirme y no me queda más remedio que hacerlo. Soy consciente de que debo volver a la realidad, aunque sea más feliz recordando nuestro jardín y lo feliz que fui cuando las dos éramos una sola.

Desconozco el autor

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