Por: Javier Valenzuela
La llamada “maldición de los Kennedy” es todo un subgénero periodístico del último medio siglo, una variante que aúna las crónicas negra, rosa y política. Aludo, por supuesto, a las desgracias sucesivas –asesinatos, accidentes y escándalos de sexo, alcohol y drogas- que afectan a los numerosos miembros de lo más parecido que Estados Unidos haya tenido a una glamourosa familia real.
El suicidio en su mansión del Estado de Nueva York de Mary Richardson-Kennedy, exesposa de Robert F. Kennedy, hijo y sobrino de los dos políticos de esa familia asesinados en los años 1960, añade hoy un nuevo episodio al subgénero. Según los medios de comunicación estadounidenses, la ex de Robert junior se ahorcó en el garaje. Una empleada del servicio doméstico descubrió su cadáver.
Mary, arquitecto de 51 años de edad, se casó con Robert F. Kennedy, abogado y periodista radiofónico, en 1994, en una ceremonia a bordo de un barco en el río Hudson. El matrimonio duró 16 años, tuvo 4 hijos y se rompió en 2010. Ella tenía problemas con el alcohol y las drogas, siempre según los medios norteamericanos. Fue detenida al menos una vez por conducir embriagada.
Guapos, ricos y adorados, los miembros del clan Kennedy, católicos de origen irlandés instalados inicialmente en Boston, ha sufrido en el último medio siglo una terrible serie de pérdidas. Primero fue el asesinato en Dallas, en 1963, del presidente John F. Kennedy, un suceso oscuro que sigue alimentado toda suerte de teorías conspirativas. Le siguió, en 1968, el de su hermano Robert en Los Ángeles, cuando hacía campaña para convertirse en el candidato demócrata a la Casa Blanca.
En las siguientes décadas le llegó el turno a la nueva generación Kennedy. En 1984 David, uno de los hijos de Robert, murió de sobredosis de demerol y cocaína. En 1997 Michael, otro hijo de Robert, falleció en un accidente de esquí en Aspen (Colorado). Meses antes, Michael había protagonizado un escándalo al ser acusado de tener un lío con la “canguro” adolescente de su familia. Y en 1997 el entonces príncipe de la familia, el guapo John John, el único hijo varón del presidente asesinado en Dallas, murió junto con su esposa cuando la avioneta que pilotaba se hundió en el Atlántico. John John, también llamado JFK junior, era entonces el brillante editor de la revista George.
Otros miembros de la familia han protagonizado sucesos escandalosos. En 1969 el coche que conducía el senador Ted Kennedy, hermano de John y Robert, cayó por un puente en Martha´s Vineyard. Ted se salvó pero no así su acompañante Mary Jo Kopechne. En declaraciones posteriores a la televisión, Ted se preguntó si los Kenney podían ser víctimas de una “maldición”.
En 1991 William Kennedy Smith, sobrino de Ted, fue juzgado por violación y declarado inocente. En 2000 otro miembro del clan, Michael Skakel, sobrino político del asesinado Robert Kennedy, fue acusado de un brutal crimen cometido en la fiesta de Halloween de 1975, cuando él y la víctima, Martha Moxley, tenían 15 años. En 2006 el congresista demócrata Patrick Kennedy, hijo de Ted, estrelló su coche contra una barrera cuando conducía bajo el influjo de una dosis excesiva de analgésicos.
En mis años de corresponsal en Estados Unidos, yo mismo escribí varias veces sobre la “maldición de los Kennedy”: cuando murió el bello John John, cuando se mató esquiando Michael Kennedy y cuando acusaron de asesinato a Michal Skakel.
Cada vez que un periodista usa esta fórmula de la “maldición” recibe una avalancha de críticas. Unos afirman que, en una familia tan numerosa, es normal que haya un montón de tragedias; le pasa a todo el mundo sin que nadie lo cuente. Otros señalan que cómo diablos puede hablarse de “maldición” cuando la matriarca del clan, Rose Elizabeth Fitzgerald, murió a los 105 años. Y algunos observan que la verdadera desdicha de los Kennedy procede de la ambición del patriarca, Joseph P. Kennedy, que inculcó a sus hijos, y a través de ellos a sus nietos, una desmedida sed de fama y poder, sexo y dinero.
Inglaterra tiene a los Windsor, Estados Unidos tiene a los Kennedy. Y si, como escribió una vez The Washington Post, Estados Unidos tuviera un Shakespeares, él escribiría la historia de los Kennedy.
PS. De los muchos libros y películas producidos por el magnicidio de Dallas, mi favorito es Oswald: Un misterio americano (Anagrama, 1996) de Normal Mailer. Mailer arranca esta exhaustiva y maravillosamente bien escrita biografía de Oswald compartiendo la sospecha generalizada de que el asesinato de JFK debió ser fruto de algún tipo de conspiración, pero, a medida que avanza en su investigación, va llegando a la conclusión de que Oswald bien pudo hacerlo solo. Sí, es absurdo que el asesinato de un presidente de Estados Unidos pueda ser obra de un lobo solitario, pero la vida suele ser bastante absurda.
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