El juez Giovanni Falcone rodeado de guardaespaldas en Marsella en 1986 / GERARD FOUET
En el verano de 1984, Giovanni Falcone escucha durante 45 días seguidos a Tommaso Buscetta, “el capo de los dos mundos”, el hombre clave de Cosa Nostra en el tráfico de drogas entre Sicilia y Estados Unidos. Solos los dos en un calabozo de Roma —Falcone ya no se fía de nadie—, el capo habla y el juez rellena con su pluma estilográfica 329 folios de confesiones. El mítico Buscetta se convierte en el primer gran arrepentido de la Mafia siciliana. Da nombres, cuenta las divisiones entre las familias, reconstruye para el juez viejos crímenes no resueltos. Al final, antes de despedirse, el mafioso, que entonces tiene 56 años, regala al juez una advertencia:
—No creo que el Estado italiano tenga verdadera intención de combatir a la Mafia. Le advierto, doctor Falcone, que después de este interrogatorio usted se convertirá en una celebridad. Pero buscarán destruirlo física y profesionalmente. No lo olvide: la cuenta que ha abierto con la Cosa Nostra no se cerrará nunca.
Palermo. Son las 17 horas, 56 minutos y 48 segundos del miércoles 23 de mayo de 2012. La cuenta sigue abierta.
Hace exactamente 20 años, aquí, en esta curva de la autopista entre Isla de las Mujeres y Capaci, mataron al juez antimafia Giovanni Falcone, a su esposa, la también magistrada Francesca Morvillo, y a los escoltas Rocco Di Cillo, Antonio Montinaro y Vito Schifani. La precisión del instante se conoce porque los instrumentos del Instituto de Geofísica y Vulcanología del monte Erice registraron un “pequeño movimiento sísmico” con epicentro en aquella curva. No era un terremoto, sino la explosión de 500 kilos de trinitrotolueno (TNT) colocados bajo la carretera y hechos estallar al paso de la comitiva. La cuenta sigue abierta porque los autores materiales del atentado fueron capturados, desde Salvatore Totò Riina —el último capo dei capi—a Giovanni Brusca, el que apretó el detonador. Pero ya nadie duda en Italia de que aquel atentado de la Mafia no fue solo cosa de la Mafia. No lo duda ni el jefe del Gobierno actual, Mario Monti, quien durante los actos de conmemoración del 20º aniversario en Palermo se mostró a favor de que se investigue hasta el final, sin topes de ninguna clase, la connivencia del Estado con la Mafia. “No existe ninguna razón de Estado”, advirtió Monti, “que pueda justificar retrasos en la búsqueda de la verdad: los trozos que faltan van a ser buscados hasta el final”.
Las palabras del actual jefe del Gobierno italiano tienen mucha importancia. Sobre todo si se comparan con las de su antecesor, Silvio Berlusconi, quien, hace tres años, cuando tuvo noticias de las investigaciones abiertas —en Palermo, Caltanissetta y Milán— para tratar de delimitar el papel del Estado en la matanza, arremetió contra los fiscales: “Es una locura. Vuelven a mirar hechos del 92, 93 o 94, con el dinero de todos, conspirando contra los que trabajamos por el bien del país”. ¿Qué temía Berlusconi? ¿Qué sigue temiendo? Tal vez la posibilidad que acaba apuntar Attilio Bolzoni, un periodista del diario La Repubblica que conoce como nadie los entresijos de la Mafia. Hace falta un arrepentido. Pero no de Cosa Nostra, que ha habido muchos y los sigue habiendo. Hace falta un arrepentido del Estado…
Sobre la figura de Falcone se han escrito y filmado infinidad de libros y películas. La otra tarde, una monja-dependiente de la librería Paulina de Palermo contó hasta 100 títulos de libros disponibles en la librería —un escaparate lleno— y otros 400 o 500 codificados en el ordenador.
Pero, para entender el carácter del juez, ese impulso metódico que lo llevó a convertirse en el enemigo público número uno de la Mafia, tal vez sea suficiente con aproximarse a su primera investigación. Corre el invierno de 1979 y Falcone —que acaba de cumplir los 40 años— ha regresado como juez a Palermo, su ciudad, de la que se marchó hace 13 años. Por aquel entonces, la sociedad palermitana se repite a sí misma una mentira piadosa, una jaculatoria al diablo que dice: “La Mafia no existe. Es una invención de los periódicos del Norte”. El joven juez decide investigar a un constructor que acaba de ganar un concurso público para la construcción de 422 apartamentos. El tipo en cuestión se llama Rosario Spatola. Mueve gran cantidad de dinero, sin mácula aparente. El único lunar con la justicia procede de sus tiempos, no muy lejanos, de vendedor ambulante de leche. Le abrieron un expediente administrativo por aguar el producto. Una ridiculez. Ahora, en cambio, es un gran constructor. El periodista Attilio Bolzoni lo explica muy gráficamente en su recién publicado libro Uomini Soli (editado por La Biblioteca di Repubblica): “Rosario Spatola es un mafioso. En Palermo lo consideran un benefactor”.
Falcone se convierte ya en un pionero en aquella primera investigación. No escudriña las idas y venidas del mafioso, sino de sus billetes. Se percata de que el tal Spatola maneja gran cantidad de dinero contante y sonante y que, a su vez, tiene gran facilidad, para hacerse con contratos públicos. La senda del dinero lo lleva a descubrir que Spatola tiene unos primos en Estados Unidos, concretamente en Cherry Hill, New Jersey, a donde llegaron en 1964. El juez Falcone construye su particular árbol genealógico de los Spatola y llega a una conclusión: el dinero que llega de América es a cambio de la heroína que parte desde Sicilia.
El periodista Bolzoni —entonces redactor de un periódico local— recuerda su primer contacto con Rosario Spatola. “Es un día de invierno de 1980, delante de las oficinas de su empresa, en la calle Beato Angelico. Lo busco porque un primo suyo, Vincenzo, está involucrado en el falso secuestro del banquero Michele Sindona. No me hace entrar en la oficina, sale él. Como todos los mafiosos, es de apariencia cortés, amable, no levanta nunca la voz. Es enero, tal vez febrero. Está bronceadísimo, gafas ray ban, una pesada cadena de oro al cuello. Y un peluquín en la cabeza. Cabello falso color cobre. Me dice que no habla con Vincenzo desde hace mucho. Me dice también que están sucediendo cosas feas en Palermo… Al resto de su familia la vuelvo a ver el 13 de mayo de 1981, en la capilla de Passo di Rigano, el día de los funerales de Salvatore Inzerillo, uno de los jefes de la mafia palermitana asesinado por los Corleoneses. La mujer de Salvatore Inzerillo es Filippa Spatola, hermana de Rosario, el empresario mafioso de Beato Angelico. Los muros de las calles cercanas están cubiertos de coronas de flores, un gentío espera a la viuda. Filippa baja de una limusina color crema, algunos hombres en traje oscuro —que hablan americano entre ellos— la acompañan hasta el altar. Son los parientes llegados de Cherry Hill. La capilla está a rebosar, y en la pequeña plaza hay centenares de muchachos. Hace calor, muchos de ellos están en camisa, se vislumbran las pistolas. Hay guerra de mafia en Palermo. Me siento en una película… Escribo así mi primera crónica de un funeral de la Mafia”.
Es esa la Mafia a la que se enfrenta, a principios de los 80, Giovanni Falcone. Más de 30 años después, Cosa Nostra sigue existiendo, pero muchas cosas han cambiado. Sentado en un hotel de Vía Roma, el fiscal Carmelo Carrara — “yo conocí a Falcone antes de que se convirtiera en Falcone”— ha visto en primera línea esos cambios. No solo en la Mafia. También, o sobre todo, en la sociedad que la sufre. “Lo que más ha cambiado en estos 20 o 30 años es seguramente la manera de mirar a la Mafia por parte de los ciudadanos. Ahora se habla. Antes, directamente, se negaba su existencia. Ahora hay además hay una actitud de rebelión por parte de las jóvenes generaciones de empresarios con respecto al pizzo (la extorsión). Y esto es más importante de lo que pueda pensarse desde fuera. Porque, en la conciencia de los sicilianos, pagar el pizzo es como pagar los impuestos al Estado. De hecho, también en el interior de las organizaciones criminales el pizzo está considerado como un impuesto".
Tan es así que el pizzo no solo lo pagan los empresarios, también lo pagan los mafiosos. Se ha sabido que Matteo Messina Denaro, considerado el capo más importante de Sicilia tras la detención, en 2006, de Bernardo Provenzano, pagó a la mafia de Agrigento 10.000 euros por abrir un supermercado. “Ahí se ve”, añade el fiscal, “hasta qué punto el pizzo está en el ADN de la Cosa Nostra. Da igual que seas el número uno. Si abres un negocio o levantas una casa en el territorio de otra familia, pagas. Para ellos es un impuesto tan legítimo como el de que hay que pagar al Estado. Una tasa que no solo viene a engrosar el bolsillo del mafioso, sino también el sustento de las familias de los detenidos, de los hombres de honor caídos. Su familia mafiosa paga los gastos de abogados, y también el sustento de sus familiares mientras ellos están en la cárcel”. Pagar el pizzo generación tras generación tiene, además, un peligro añadido: “Quien paga, de facto, está reconociendo a Cosa Nostra como una organización legítima. Un Estado dentro del Estado”.
—¿Qué le pasa a quien no paga?
—Acoso, amenazas, incendios… A veces también la muerte…
—Entonces…
—Hay una manera de oponerse. La mafia no es una sociedad gallarda, no es una sociedad criminal valiente. Te mata si haces una guerra solitaria, por tu cuenta, pero si te organizas puede llegar a respetarte. Ahora hay revueltas contra la Mafia en toda Sicilia. Esto ha cambiado desde los tiempos de Falcone…
O gracias a la inteligencia y a su sacrificio. Hace casi 30 años, el juez Giovanni Falcone ya vislumbraba que la manera más efectiva de atacar a Cosa Nostra es a través de su poderío económico. Se lo explica de una manera muy gráfica a su jefe, el instructor Rocco Chinnici, que acaba de hacerse con el puesto después de que a su antecesor, Cesare Terranova, lo asesinaran a tiros al más puro estilo del Oeste americano, con un Winchester. “El cadáver de un hombre”, dice Falcone, “se puede hacer desaparecer, basta con sumergirlo en ácido, y sin el cuerpo del delito no hay delito. El dinero, sin embargo, deja siempre una huella…”.
Rocco Chinnici, que sería asesinado por la Mafia poco después, en julio de 1983, respalda a Falcone. “Y así”, recuerda el fiscal Carrara, “se empiezan a hacer las primeras investigaciones patrimoniales, bancarias. Se empieza a investigar el circuito del dinero. Giovanni descubre que las grandes cantidades de dinero con las que se hacen los edificios en Palermo provienen del tráfico de heroína entre Sicilia y Estados Unidos. La droga llega desde los países productores del Triángulo de Oro. Las refinerías están en Sicilia y en Francia, sobre todo en Marsella. Y desde aquí, finalmente, parten hacia Estados Unidos como país de consumo. Aquellas investigaciones culminaron con el famoso maxiproceso”. Falcone logra sentar en el banquillo a 400 mafiosos. Dicta contra ellos condenas que suman más de 2.500 años.
Hace 20 años. El bunker de Palermo donde se celebró entonces aquel famoso maxiproceso es hoy —miércoles 23 de mayo de 2012— el escenario de un emotivo encuentro. A Palermo han acudido el presidente de la República, Giorgio Napolitano, y también el primer ministro Mario Monti. Alrededor de ellos, 2.600 muchachos de toda Italia que han llegado en los dos “barcos de la legalidad”. Uno partió de Civitavecchia —a 80 kilómetros de Roma— y otro de Nápoles. Entre los estudiantes, pertenecientes a 250 colegios de todo el país, hay también compañeros de Mellisa Bassi, la joven de 16 años asesinada el pasado sábado frente a su instituto en Brindisi. Los chavales cantan: “Un pueblo entero que no paga el pizzo (la extorsión mafiosa) es un pueblo libre”. El flemático Monti se confía ante la ministra del Interior, Anna Maria Cancellieri: “Estos muchachos me han emocionado”. También el presidente de la República deja escapar una lágrima. El viejo Napolitano es un personaje muy querido en Italia, entre otras cosas porque suele hablar claro, esa rara cualidad en los políticos. Y hoy, justo 20 años después de aquel atentado brutal, no trae buenas noticias. Les dice a los chicos y a toda la nación que, entre la situación actual y la de 1992, existen algunas analogías preocupantes: “Las graves dificultades de la política, una crisis financiera aguda, un desgaste del tejido institucional que puede llegar a golpear gravemente nuestro edificio democrático”. Los muchachos escuchan con respeto, también cuando el presidente Napolitano advierte lo que al día siguiente, entre la preocupación general, recogen todos los diarios italianos en portada: “No excluyo el retorno de los métodos terroristas, de las masacres…”.
Italia, 20 años justos después del asesinato de Falcone, vive la nueva amenaza terrorista en medio del desconcierto. Los dos atentados más recientes —contra un empresario en Génova y contra el instituto de Brindisi— siguen sin resolverse. La policía no sabe si atribuírselos a un terrorismo heredero de las Brigadas Rojas, a una mafia desconocida o tal vez a un desequilibrado. En contraste con la debilidad del Estado y sus estancias oscuras, los muchachos que acudieron a Palermo lo hicieron a cuerpo gentil, sin miedo, con la foto y las palabras del juez asesinado grabadas en las camisetas y en sus canciones: “Los hombres pasan, las ideas permanecen. Continuarán caminando sobre las piernas de otros hombres”.
Falcone y su esposa, su amigo el también juez Paolo Borsellino —asesinado 57 días después—, sus escoltas y todos los hombres y mujeres valientes que se enfrentaron a la Mafia cuando la vida era en blanco y negro se merecen una respuesta. Pero también estos muchachos de los globos blancos, verdes y rojos como la bandera italiana que atravesaron su país para decir fuerte y claro que están por la legalidad y contra la Mafia. Se llame como se llame. Cosa Nostra en Sicilia, Camorra en Nápoles, N'drangheta en Calabria… o políticos corruptos en Roma.
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