martes, 25 de octubre de 2011

Manolo García


"La vox pópuli siempre es más razonable que la política"

Hace más de 30 años que presentó su primer álbum; el último, Los días intactos, grabado en parte en Los Ángeles, ya está en la calle. Al mismo tiempo, inaugura una exposición de pintura en Barcelona y saca un libro a modo de catálogo con dibujos nuevos y las letras de las canciones. Manolo García mantiene ese punto combativo. Él, que musicaliza lo más prosaico, se define como “escéptico participativo”


Manolo García, mitad de ese El Último de la Fila que regaló canciones como Querida Milagros o Insurección, música aparte, no tan sólo le atrae la pintura, sino que dedica al pincel tiempo y paciencia. No obstante, nunca se ha entretenido en un autorretrato. Eso no significa que retire los ojos del espejo, donde aparece la silueta de alguien que insinúa más que enseña, que anda siempre buscando un territorio propio, sin huecos para el servilismo, en el que pueda administrar sin condiciones su tiempo. Cada mañana se repite la misma pregunta ­–¿para qué sirve un reloj?– y así empieza de cero cada día.

Afable y combativo, optimista y circunspecto, se tiene por un tipo cambiante, seguramente víctima de la curiosidad. Al fin y al cabo, ¿quién renuncia a seguir los procesos que va marcando la vida? Porque una cosa tiene clara: plantar cara a la rutina. Charla como un grifo abierto y se tiene por hombre guiado por la intuición, frustrada a veces por el impulso. Esto no le desdice de navegar con la vela del instinto, porque el chaleco salvavidas de la lógica y la razón ya lo lleva puesto de serie. Manolo García no suele enfurruñarse, ni soltar chispas, es de buena pasta. Tanto, que se emboba escuchando al personal, sea en una asamblea o en una tertulia de café. Claro que entre el marasmo de pláticas detesta las de los líderes y se escama ante aquellos que alardean de tener las ideas indiscutiblemente claras.

Este chico maduro, cincuentón, olvida, perdona y camina, como si nada. Intenta no juzgar a nadie, ni odiar, aunque a veces se encona y, cuando se ve cargado de razones, se rebela y se indigna como hijo de buena madre. Al final, al fondo de la mirada nítida, aparece un alma sentimental, con los tentáculos a flor de piel, que se erizan cuando se dispone a dar todo lo recibido, sea en forma de canción, de pintura o de libro.

¿Qué mensaje esencial quiere comunicar en el CD Los días intactos, después de tres años de silencio?
Yo soy una persona reflexiva que en su parte superficial es músico. A la vez soy sufriente y disfrutante con mi entorno social y busco siempre un renacer constante, no caer en las garras de los que quieren domeñarnos. Este disco significa la búsqueda de la ilusión constante.

Parece un disco más tranquilo que los anteriores; mesurado, comedido, casi filosófico en algún punto. ¿No se estará haciendo viejo?
Me resisto a volverme viejo. A medida que avanzan los años, la capacidad de ilusionarme va en aumento, como la curiosidad. El mundo me fascina cada vez más. Sí que es verdad que echo mano de la filosofía de bolsillo. Será por la necesidad de sobrevivir. Este es un disco más rockero…

No lo parece tanto.
Tienen más protagonismo las guitarras eléctricas. En los otros discos, por ejemplo, experimenté con los sonidos, pero en este, me ha influenciado el hecho de grabar una parte de temas en Estados Unidos. En Los Ángeles todo es rock and roll, que es lo que me conmueve más. Me conmueve desde siempre, desde los festivales de Canet Rock, que querían ser una imitación de los de Woodstock.

Su voz ahora no es tan aflamencada, huye del cliché que le colgaron. ¿Estaba cansado de que le insistieran tanto?
No estoy cansado porque en realidad trabajo de una manera instintiva. A mí me ha marcado el rock andaluz de Triana, entre otros. El resultado es un refrito como pasa con Lou Red, que acaba de grabar un disco con una banda dura. Y si no canto con tanto timbre flamenco es porque en la vida todo son etapas, no puedes estancarte, es de ley evolucionar. Cuando estaba con el grupo Los Burros, descubrí que cantando como un anglosajón no llegaría a ninguna parte. Ahora, de modo general, veo que existe un estancamiento, una repetición de los clichés musicales, porque sólo se persigue un fin comercial. La esperanza está en los formatos indie, como música y como forma de vida.

¿Ha cambiado mucho el barrio de Poblenou en la Barcelona donde nació?
Mucho. Primero, las calles estaban sin asfaltar y parábamos de jugar sólo cuando pasaba un coche, cosa que sucedía cuatro o cinco veces al día. El barrio estaba al final de la ciudad. Me acuerdo del ateneo libertario, Flor de Maig, y también de que mi entorno cercano no era Cataluña, era un gueto. Yo no tuve conciencia de que vivía en Cataluña hasta los 15 años.

¿Fue un chico aplicado o más bien criado en la calle?
En la calle. Íbamos a un descampado vecino a coger piedras, la capitana de nuestro grupo era una chica algo mayor que nosotros y nos liábamos a pedradas con los de la calle de al lado. Nunca
pasó nada grave, aunque tuvimos más de un susto. De la escuela Lope de Vega, situada en la entonces denominada calle Enna, recuerdo al profesor Salvat, que nos inició en el dulce vicio de la lectura.


¿Siempre tiene un libro a mano?
No puedo salir de casa sin llevar al menos dos en la mochila, por si hay un atasco de tráfico o cualquier cosa. Un libro es un amigo, te lo da todo, no pide nada y siempre está disponible. El profesor Salvat nos habló del mercado de Sant Antoni, donde vendían libros de ocasión y recuerdo que, con 13 años, los de la clase fuimos por nuestra cuenta. Cada uno compró un libro y después nos lo pasamos.

¿Qué libros eran?
De aventuras, Julio Verne, Karl May, también La montaña mágica… La poca formación que tengo se la debo a los libros. A veces lamento no haber estudiado. Me hubiera gustado hacer Bellas Artes. Ahora, de vez en cuando, voy a husmear a la escuela Masana. Cuando empecé a leer en serio, primero me sumergí en la literatura peninsular, Pío Baroja, Pérez Galdós, la poesía del 27… Quimi Portet me abrió las puertas a Josep Pla. Después fui saltando a otros ámbitos. Descubrir a Borges fue un mazazo, como descubrir a Bolaño. También he leído a los clásicos rusos y franceses. Ahora me ha dado por la novela negra, estoy releyendo a Vázquez Montalbán. En lo que respecta a la lectura, la verdad es que tengo autores y libros en lista de espera.

¿Qué géneros prefiere?
Me da igual la ficción que la no ficción. La historia también me interesa, pero la historia que hay detrás de hechos concretos. Por ejemplo, a partir de la cultura de los western, que narran los episodios de colonización de un continente, me refiero a los tiempos de películas como Pequeño gran hombre, me gusta descubrir la vida de los grupos tribales pequeños, el estado de aquella naturaleza virgen y salvaje…

¿Le gusta vivir en este tiempo?
El tiempo en que me ha tocado vivir lo llevo bien porque soy participativo y práctico, aunque me pregunto por qué necesitamos estos cuatro metros cuadrados con estas cuatro ruedas para desplazarnos sin cesar y por qué necesitamos estos vuelos baratos para ir a ver cabinas de color rojo. Es más apetecible el retiro. Yo me permito el silencio, la soledad, mis momentos de introspección pintando.

¿Recuerda en qué momento le saltó la chispa vocacional por la música?
Mis padrinos me llevaban al cine. Debía tener yo unos tres años cuando vi Esta voz es una mina, donde Antonio Molina canta Soy minero; después vino Digan lo que digan, de Raphael, y, más tarde, Los Bravos con Los chicos con las chicas. O sea que entré a través del cine musical.

¿Solamente?
Bueno, en el barrio había una tienda de música donde me entretenía mirando las portadas de los singles al ir y venir del cole. Allí vi los primeros discos de Led Zeppelin. Los escuchaba allí mismo, en la tienda, después de hacerme el pesado, o con mi prima, que tenía un tocadiscos. Mi prima, que era mayor, además me adoctrinó y un día me hizo escuchar a Serrat y a Llach y me dije: he cuadrado el círculo.

¿En qué sentido?
Que vi claro que aquello era lo que yo quería hacer, porque era lo contrario que hacía mi padre, que trabajaba en un horno de una empresa siderúrgica.

¿Y se puso a cantar o siguió estudiando?
Sólo estudié hasta los 13 años en el instituto Juan de Austria de la Verneda. Después, me puse a trabajar. Empecé ayudando a un carpintero que hacía remiendos y hasta los 30 años tuve diecinueve empleos distintos.

¿Y lo de la música, lo iba compaginando?
Convencí a mi madre de que me comprara una batería de novena mano por 500 pesetas y yo le daba a los platos y los bombos imitando a mis grupos preferidos. Con la guitarra empecé más tarde, sobre todo para intentar seducir a las chicas. Llegué a ser un batería semiprofesional hasta que, a los 24 años, pensé que me dedicaría a componer canciones. La necesidad surgió ahí. Hacía un año que había dejado el nido familiar, justo después de regresar de la mili.

Su historia es larga. Empieza a triunfar. Vienen Los Rápidos, Los Burros y El Último de la Fila. Ahora sigue en solitario. ¿En un día cualquiera, qué es lo que le gusta más hacer?
Mi día preferido es cuando me despierto en un lugar desconocido, cuando el día está intacto y todo está por descubrir.

Pero, por su oficio, debe acostarse tarde y levantarse tarde…
Sí, pero cuando puedo me gusta meterme en la cama temprano, a las nueve, con un libro en la mano que voy leyendo hasta las doce, y después me gusta levantarme temprano, a las ocho.

¿Tiene un paisaje, un país, una cultura, especialmente preferidos?
Me gustan los territorios indeterminados, los espacios que no han sido hollados por el progreso, las carreteras secundarias donde todo cambia. Me gusta pasar del desierto a la altiplanicie.

¿Tiene aficiones, aparte de las artísticas?
Soy muy vitalista. Yo, la palabra aburrimiento no la conozco. Donde no puedo llevarme un libro o el caballete y las telas, invento algo por hacer.


¿Aún sigue yendo al cine?
Soy un espectador que espero los estrenos para correr a ver una película. Me tengo por fan del cine argentino, europeo, sobre todo francés, el español y el catalán, es decir, lo cercano. Esa película, Pa negre, por ejemplo, es muy vitalista.

¿Y el cine americano? ¿Ni siquiera tiene usted mitos eróticos?
No soy mitómano. No me interesa para nada la vida de una persona, sino su obra. Por ejemplo, Bob Dylan me encanta, pero me da igual si es un cabroncete.

¿Y sus referentes musicales?
King Crimson, Jethro Tull; las bandas americanas de los setenta, como Allman Brothers, King Brothers; también David Bowie; el rock patrio, como Asfalto, Topo, los Módulos, Triana y, de Cataluña, Sisa.

¿La música clásica no le tira?

No. Sé que me pierdo algo, pero…

¿Le gusta cocinar, comer bien?
No cocino y, en cuanto a la comida, puedo estar abierto a experimentos culinarios, pero al final me apunto a un bombardeo y me vence lo clásico, patatas fritas, huevo frito y morcilla.

¿Es de vino o de cerveza?
Siempre de vino, en las comidas es sagrado. En esto soy más sibarita, me interesan los vinos elaborados de forma natural, no las químicas.

¿Se ve ya la luz al final del túnel?
Somos supervivientes y más que verla nos la estamos imaginando, si no, podría ser nefasto. La vox pópuli siempre es más razonable que la política. El movimiento del 15-M, por ejemplo, me da esperanza, significa todo lo que llevamos dentro. En un momento participativo, abriremos esta puerta de verdad. Porque dejar a los de arriba solos es un error.

¿Se podría vivir sin la Bolsa?
Se debería vivir sin la Bolsa. Yo leo los periódicos cada día, tres o cuatro, y veo que la economía ocupa un espacio omnipresente. Al final, me doy cuenta de que nadie entiende nada, salvo ellos.
¿Para qué nos abordan tanto si nos están dando por el saco igual? Claro que el hecho de tenernos angustiados es un arma, pero un arma que puede convertirse en un bumerán. ¿Por qué no se dan cuenta? Esto no puede resolverse con policías.

El disco coincide con la publicación de un libro suyo, El fruto de la rama más alta, con dibujos, pinturas y las letras de las canciones, y la presentación de una exposición de pintura en la sala Círculo de Lectores de Barcelona. ¿Se siente un artista del renacimiento?
Yo soy un escéptico participativo. Mis ojos delatan que soy una persona escéptica, y mi sonrisa informa de que soy participativo. A lo largo de la vida todos estamos pedaleando y, mientras, hay que intentar ser amables. La solución es la de siempre, una revolución que instaure la igualdad y la fraternidad, hasta que regrese otro dislate y vuelta a empezar. Fíjate en Evo Morales. Sube al poder con el apoyo de los indigenistas y luego no los defiende.

Tras el disco y el libro, sólo le falta tener un hijo y plantar un árbol. ¿Le gustan las plantas, las flores, los animales?
Yo soy de macetas. Suelo comprar mis hiedras, mis cactus, que es un tipo de planta muy austera. Esto viene de mi madre, que siempre tenía geranios. Recuerdo que Férez, el pueblo de mis padres en Albacete, era un pueblo blanco con macetas que le daban mucho colorido.

Si le agradan las plantas y la naturaleza, le preocupará la salud del planeta...
La salud del planeta me inquieta. La situación actual tan sólo propone soluciones que van en sentido contrario al cuidado del planeta. Se trata de consumir y producir más para alcanzar un fin incierto, cuando tenemos una oportunidad de oro para remodelar el sistema.

¿Le gustan los toros?

Llegué a ver corridas en la plaza de las Arenas de Barcelona, tal como en aquellos tiempos se veían combates de boxeo y de lucha libre. También los encierros en el pueblo de mis padres. Por un lado, es una costumbre, es fascinante ver el desafío de una persona frente a una bestia, y, por otro lado, siempre hay que paliar el sufrimiento ajeno de cualquier ser vivo. Tengo sentimientos encontrados. En Cataluña se ha politizado la decisión. Si se suprimen las corridas, habría que suprimir los correbous.

¿Por qué las civilizaciones chocan por cuestiones religiosas?

Eso ya es la guinda. Sólo le falta la mezcla del terrorismo. Ah, y esos bombardeos de la OTAN en Libia suscitan el gran porqué.

¿Se define políticamente?
Públicamente no me defino. Detrás de mi discurso ya se ve.

¿Cómo ve a la derecha española?
Aturrullada y demasiado ansiosa de poder, y a la izquierda, atropellada, sin brújula.

Parte de su vida es la carretera. ¿No está cansado de tantos kilómetros?
No. Para mí, descubrir las diferencias de un lugar respecto a otro, encontrar lo imprevisto, es un estímulo inagotable. Ver las formas de vestir, los distintos platos culinarios, la variedad de expresiones musicales… Es el cebo de la vida.

No hay comentarios: