lunes, 9 de abril de 2012
El hambre y la tradición ahogan el Sahel: "Si la niña se muere, pues se muere"
Una catástrofe humana amenaza el Sahel por la sequía, la violencia y la ignorancia. Las ONG se quejan de que los padres no colaboran para paliar la desnutrición infantil.
La bandera de Mauritania muestra una luna creciente y una estrella doradas sobre un verde brillante. Pero el color de la que ondea a la entrada del poblado de Chorfa, en la región del Gorgol en Mauritania, es un verde apagado y quemado por el sol. Tal y como ocurre en el paisaje y en la tierra de esta zona del país, una de las más afectadas por la sequía y el hambre que actualmente amenaza a todo el Sahel.
"En toda mi vida no había visto un año como éste", relata sentado en su tienda Mohamed El Hacen Seydi, de 52 años y alcalde de la comarca de Niadjébiné, donde viven unas 12.500 personas. "Hubo años en que el pastoreo iba mal pero la agricultura funcionaba o viceversa, pero nunca había visto un año en que las dos fueran mal, como ahora. Este año no hay nada".
El hambre ha llegado a Mauritania antes y con más fuerza de lo habitual. Hay sitios donde ya no quedan reservas de comida. Más de un millón de personas, casi la tercera parte de la población, están en riesgo de sufrir una emergencia humanitaria. En todo el Sahel, son unos 11 millones en peligro y se calcula que ya este mes de abril más de dos millones y medio de niños podrían sufrir algún tipo de malnutrición, lo que perjudica a su desarrollo y les afecta durante toda su vida. Si no se actúa ya, advierten los cooperantes en el terreno, y si las lluvias previstas entre julio y octubre llegan tarde o no llueve lo suficiente, la situación podría acabar siendo una catástrofe.
La situación es excepcional a pesar de que el hambre visita Mauritania todos los años. Los agricultores suelen agotar sus reservas de cereales y otros alimentos en junio y las familias lo pasan mal hasta septiembre, cuando comienza la principal cosecha del año. Durante estos meses, la gente pasa de tres comidas diarias a dos, o de dos a una, y además no consume carne o leche. Los hay que emigran a las ciudades o a otros países en busca de cualquier trabajo que permita enviar algo de dinero a casa.
"Pero este año está siendo muy difícil. Va a ser realmente una catástrofe, es peor que en 2009", asegura con preocupación El Houssein Ou Gnilal, alcalde de la comarca de Bokol en la misma región.
En 2009 llovió muy poco y la sequía regresó con fuerza el año pasado, cuando la gente aún no se había recuperado de la anterior crisis. "No ha habido lluvia, no hay animales, no hay cosecha", resume Gnilal.
El camino del hambre
El paraje semidesértico de tierra, arena y piedras se pierde hasta donde llega la vista a ambos lados de la carretera que une los principales poblados de las regiones del Gorgol y Guidimakha. Los asentamientos constan de poco más que pequeñas casas rectangulares hechas de barro y algunas jaimas. Hoy, a través de esta ruta y de estos poblados, hacia el norte y hacia el oeste, se puede seguir el avance del hambre en Mauritania.
En el pueblo de Nabam, en el Gorgol, un pequeño huerto verde resiste bajo el sol implacable y destaca sobre el marrón omnipresente. La ONG Acción Contra el Hambre (ACH) ayudó a construir un pequeño muro que hace las veces de presa y que retuvo el agua durante más tiempo, permitiendo que las plantas aún encuentren algo de humedad bajo el suelo. Gibril Abeiid, de 46 años, cuenta que su mujer, sus ocho hijos y él aún no tienen problemas, aunque sí han pasado de tres a dos comidas diarias y "las vacas, los caballos y los burros empiezan a estar cansados".
Más hacia el interior, en el pequeño poblado de Bethieck El Aly, donde viven unas 350 familias, la situación es peor. "Sólo comemos arroz, todos los días sólo arroz, es por eso que los niños se ponen enfermos", dice Abdullah Ould Salem, el jefe del poblado. "No hay leche y no hay nadie que venda carne, las mujeres intentan dar leche materna pero no hay leche, no funciona", se lamenta Salem.
Sentada cerca de él y envuelta casi totalmente en un vestido azul, Masouda Mint Abdy tiene a sus pies a uno de sus nietos, Voyly Mint Ousman, que mira a su alrededor con mucha seriedad. Voyly tiene 3 años y sufre de malnutrición. Salem, el jefe del poblado, dice que durante los últimos años no había niños "enfermos como éste". La madre de Voyly se fue a Nuakchot en busca de trabajo y el jefe dice que, en total, unas 100 personas de este poblado han emigrado debido a la crisis.
Sin embargo, sí se ven gallinas y alguna vaca por entre las pequeñas viviendas de barro. Salem admite que de vez en cuando sí matan algún animal para comer. "¡Pero si matamos un cordero al día se nos van a acabar!", y añade que hay familias que quieren vender los animales para obtener algo de dinero pero que nadie quiere comprarlos.
Más hacia el oeste, ya en la región de Guidimakha, en el poblado de Arr, decenas de mujeres se han congregado en el centro de salud, donde personal de ACH realiza pruebas a los niños. En esta región, ACH ha encontrado desde octubre a cerca de 200 niños que sufren de malnutrición severa. Además, cada uno de los 27 centros que esta ONG tiene en Guidimakha trata al mes 30 casos de malnutrición moderada. Los puestos no tienen recursos para más, por lo que hay niños que se quedan sin recibir atención y las cifras reales sólo se pueden estimar.
En Arr, el jefe médico local, Ba Saidou Amar, se dispone a realizar un "test de apetito" a Ibrahim Abdullay Sy, un pequeño de 16 meses afectado de malnutrición severa, para ver cuál es la mejor forma de darle el tratamiento. Su madre, Kadia Mamadou Sy, no parece muy preocupada pero el doctor sí está indignado: "Hay mujeres que quizá tienen 300 o 400 vacas y sus niños están malnutridos, ¿cómo es posible?", se pregunta mirando a la madre del bebé. Ella responde: "Es dios el que ha de mantener a los niños".
"Hay poblado que son millonarios en vacas y de todas formas encontramos niños malnutridos, ¿por qué? Es el comportamiento, hay que cambiarlo", insiste el doctor Amar.
Y todo esto en una región en la que apenas existe la planificación familiar. En Mauritania, la mayoría de las padres no ven la malnutrición de sus hijos como un mal a tratar sino como una fatalidad de la que no son responsables y que conviene ocultar a los ojos de los demás. Si acaso, piden ayuda al curandero del pueblo o a la abuela, quienes con suerte proponen remedios que no dañan más al niño pero que también pueden recomendar medidas perjudiciales, como el dejar de dar leche materna al bebé.
De vuelta en Sélibaby, la capital de la región de Guidimakha, Djeinaba Diallo, la jefa de la base de ACH, lo describe gráficamente: "La mamá de una niña con malnutrición severa no quería llevar la niña al centro. Fuimos a su casa y le dijimos: 'Si no la traes, la niña morirá'. Y ella nos dijo: 'Bueno, mi padre ya no está (murió), mi madre ya no está, tengo siete hijos y estoy embarazada: si esta se muere, pues se muere'".
Finalmente, esta mujer, Mounina Mint Mohamed Mahmoud, sí aceptó que trataran a su hija, Sadio Mint Ahmed, que llegó al centro de nutrición de Sélibaby a principios de febrero. "Estaba como muerta, yo no pensaba que se fuera a poner bien, antes no jugaba pero ahora está todo el tiempo jugando con los demás niños", dice hoy con una sonrisa la madre.
Las causas de la crisis
La sequía fue la chispa que hizo prender la crisis en el Sahel, pero a su lado hay toda una serie de factores que han creado una verdadera tormenta perfecta que ha puesto a toda la región al borde del precipicio.
La amenaza terrorista de grupos como el nigeriano Boko Haram y la rama de Al Qaeda en el Magreb redujeron el comercio y la inversión en la región. Esto, unido a las malas cosechas y la especulación alimentaria, contribuyó a aumentar el precio de los cereales, que ahora están entre un 60% y un 85% más caros de la media de los últimos cinco años. Además, otros conflictos regionales y la propia crisis económica en Europa y Estados Unidos ha conllevado una reducción de las remesas que envían los que emigraron.
El conflicto tuareg y el golpe de Estado en Malí han complicado la situación en este país. Unas 200.000 personas han huido de sus hogares, poniendo más presión allá donde de mejor o peor forma han podido instalarse.
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