sábado, 24 de septiembre de 2011
Jacqueline Kennedy
Jacqueline Kennedy coprotagonizó la primera presidencia de la era mediática.- Cincuenta años despúes, sus confesiones salen a la luz y revelan los secretos de la vida cotidiana y política en los días áureos de Camelot
John F. Kennedy es el primer presidente de la era moderna de Estados Unidos. Antes de él, todos fueron personajes en blanco y negro de los que la mayoría de las generaciones presentes saben por los libros de historia, figuras lejanas en el tiempo y, sobre todo, en el afecto. Kennedy es el primero que ganó unas elecciones gracias a la televisión y el primero que comprendió el poder de su personalidad y su imagen, tanto como de su cargo.
Para ayudarle a lograrlo, fue decisiva la colaboración de su esposa, Jacqueline Kennedy, que complementó magistralmente el papel del presidente, no solo para constituir la más perfecta pareja política de la historia, sino para darle a este aún más brillo, gracia y dimensión universal. Jacqueline iluminó la Casa Blanca y convirtió un hermético centro de poder en un divertido club social y en el hogar de todos los norteamericanos. Jacqueline diseñó el Despacho Oval que hoy conocemos y humanizó hasta tal punto las circunstancias de la presidencia de John Kennedy que consiguió que trascendiera más su vida que su obra.
Este es el propósito del libro que acaba de aparecer en Estados Unidos con ocho horas de entrevistas a Jacqueline Kennedy: tratar de hacer justicia con una mujer que vivó callada la construcción de su leyenda y se fue en silencio a la tumba. "John Kennedy hubiera rápidamente asegurado que los principales hitos culturales de su presidencia probablemente no habrían ocurrido si no se hubiera casado con Jacqueline Bouvier", afirma el historiador Michael Beschloss, que ha coordinado, junto a la única hija viva de aquel matrimonio, Caroline Kennedy, la publicación de esta memoria oral.
Las entrevistas fueron grabadas entre marzo y junio de 1964 por Arthur Schlesinger, un profesor de Harvard que ejerció como el más cercano colaborador de John Kennedy, después de su hermano Robert. Cuando Bob y Jacqueline decidieron, por consejo del primero, dejar un testimonio grabado de sus años como Primera Dama, no había desde luego nadie más capacitado para hacerlo, ni de mayor confianza, que Schlesinger. Las cintas quedaron guardadas y selladas desde entonces en la Biblioteca de Kennedy ?cada presidente norteamericano tiene una que preserva sus logros? hasta que Caroline ha decidido sacarlas a la luz ahora coincidiendo con el 50 aniversario de la presidencia de su padre.
Jacqueline grabó otras dos entrevistas después de enviudar. Una está en la Biblioteca a disposición de los investigadores, y la otra, la única en la que habla de sus sentimientos tras el asesinato de John Kennedy en Dallas en 1963, seguirá bajo llave todavía durante otro medio siglo.
Este libro es, por tanto, la única oportunidad que el público tiene de escuchar a Jacqueline Kennedy recordando sus días junto a John, antes y durante su etapa en la Casa Blanca, de una forma, por lo general, desinhibida y sincera. Ella era consciente de que estaba hablando para la historia y, como consecuencia, se observa en sus palabras el tono de atrevimiento de quien sabe que no tendrá que responder por ellas. La alusión a Charles de Gaulle como un "megalómano", a Indira Ghandi como "una estirada, amargada, una mujer mandona y horrible" o la confesión de que su marido tenía dudas sobre lo que podría ocurrir si Lyndon Johnson como efectivamente sucedió llegaba a la presidencia, no se observan ya como una ofensa política sino como las travesuras simpáticas de una niña bien educada.
Otras de las menciones sorprendentes del libro, la que se refiere a Martin Luther King "no puedo ver una foto de él sin pensar en lo terrible que es ese hombre" , tienen que entenderse en el contexto del momento en el que fueron hechas, en plena campaña del entonces director del FBI, John Edgar Hoover, por destruir la imagen del líder de la lucha por los derechos civiles, lo que incluyó la distribución de grabaciones en las que este hacía referencia a supuestas orgías o hablaba en términos irrespetuosos sobre el funeral del presidente Kennedy.
El libro que se vende al precio de 60 dólares, incluidos ocho CD pretende ser también una reivindicación de la influencia que su principal protagonista tuvo sobre su marido. Esto se consigue solo a medias. Jacqueline parece bien informada de los acontecimientos que le tocó vivir y muestra cierta sagacidad para descubrir el carácter de algunas de las personalidades con las que tuvo que lidiar. Pero no da la impresión de que su punto de vista condicionara mucho la opinión del presidente, ni demuestra ningún papel activo en las jornadas frenéticas que, con frecuencia, se vivieron en aquellos tiempos en la Casa Blanca.
La presidencia de John Kennedy coincidió con algunos de los sucesos más turbulentos de la segunda mitad del siglo pasado. El desembarco en Bahía de Cochinos, la división definitiva de Berlín y la crisis de los misiles son acontecimientos que provocaron momentos de alta tensión y condicionaron la realidad posterior hasta muy recientemente. Jacqueline estuvo al lado del presidente en todos esos momentos, pero sobre ninguno de ellos expresa en esta entrevista una sola opinión política. Estuvo allí, sí, reconfortando al guerrero.
En su libro The brilliant disaster, sobre el ataque organizado por Estados Unidos contra Cuba, Jim Rasenberg, describe a Kennedy la tarde del 19 de abril de 1961, cuando el fracaso de la operación ya era evidente, "al borde de las lágrimas, tumbado en la cama de Jacqueline". Unos meses después, mientras que en Berlín los comunistas comenzaban a levantar la división de la ciudad, "Jackie parecía sacada de una revista de modas, con su blusa azul y sus shorts rojos" cuando compraba helados para la familia en Nantucket, en la costa de Massuchusetts, tal y como lo relata Frederick Kempe en el libro Berlín, 1961.
En casi todas las crónicas de la época, las alusiones a Jacqueline incluían los adjetivos de "adorable y etérea". "Una virgen gótica", dijo de ella la prensa francesa durante su visita a París. The Washington Post la describe, durante una recepción en la Casa Blanca a los miembros del Congreso, "radiante en un vestido de encaje rosa y blanco con zapatos rosas a juego y una horquilla de diamantes en el pelo". Durante la trascendental cumbre Kennedy-Kruschev en junio de 1961 en Viena, el corresponsal de la agencia Reuters, Adam Kellett-Long, que después se haría famoso por la primicia sobre los movimientos de tanques soviéticos en Berlín, alude a la nube de fotógrafos que se abalanzó sobre Jacqueline pidiéndole una pose, y añade: "Y ella se dejó; se comportó como Marilyn Monroe o cualquier estrella de cine; lo estaba disfrutando".
Todo ello es perfectamente consecuente con la función que Jacqueline quiso conscientemente desempeñar de acuerdo a sus propios valores. En este sentido, probablemente el párrafo más revelador del libro es en el que la protagonista confiesa: "Todas mis opiniones son las que tiene mi marido. Esa es la verdad. ¿Cómo voy a tener yo opiniones políticas? Las suyas siempre iban a ser mejores. Yo no concibo votar a alguien distinto a quien vote mi marido. La verdad es que nosotros teníamos una relación victoriana o asiática".
"¿Una mujer japonesa?", le pregunta Schlesinger.
Sí, y creo que eso es lo mejor.
Jacqueline Kennedy no ejerció el feminismo que hizo célebre, por ejemplo, a Eleanor Roosevelt, quien superó el dolor de estar casada con un hombre que siempre amó a otra mujer y se convirtió, ella sí, en la primera dama con más poder de la historia. Jacqueline respetaba a Eleonor y lo que ésta representaba, pero ella decidió más bien, aunque sin saberlo, ser la primera posfeminista. "No era feminista, pero nadie le puede negar que tomó sus propias decisiones a lo largo de su vida", afirma Beschloss.
Decisiones muy difíciles, por cierto. A Jacqueline le gustaban los caballos y la vida social; odiaba la política y Washington. Y, en cuanto pudo, escapó de ello. En el libro menciona a Onassis, con quien se casaría cuatro años después de esta entrevista. Dice que, estando en Montecarlo en 1959, ella y John acudieron en el yate del millonario griego a una cena con Winston Churchill organizada por los Agnelli. De Churchill dice que estaba ya "gaga", pero no hay opinión sobre Onassis. Los norteamericanos nunca admitirán que esa boda les decepcionó. La persona destinada por la historia a llevar la antorcha de Kennedy acabó siendo la viuda de un armador griego y, más tarde, una editora y un icono de la moda en Nueva York.
Nada de eso importaba ya mucho. La leyenda estaba ya escrita. Este libro la alimenta y la cultiva. Y nos traslada en carroza de plata a los mejores días de Camelot, el modelo que ella misma escogió para su cuento personal, un cuento eterno en el que, 50 años después, la princesa todavía viste un traje de Chanel rosa.
INFORMACIÓN RESERVADA
De los archivos de la Biblioteca Kennedy al mundo. 50 años después del mandato de JFK, Jackie se confiesa.
Sobre Martin Luther King: "[JFK] nunca dijo nada realmente contra Luther King. Desde entonces Bobby [Kennedy] me habló de las cintas de esas orgías que tenían y cómo Martin Luther King se rio del funeral de Jack. Dijo que el cardenal Cushing estaba borracho y cosas como que casi tiran el ataúd. (...) Es un tipo tramposo".
Sobre indira gandhi: "La señora Gandhi y yo tuvimos una comida de señoritas en la salita. (...) Ella lo odiaba. Le gustaba estar con los hombres. Es un horror de mujer. (...) No me gusta un pelo. Siempre parece que está chupando un limón".
Eisenhower y el golf: "No creo que Jack tuviera muy buena opinión de él. (...) En la puerta de la oficina de Jack pensamos que había termitas. Estaba todo lleno de agujeritos. (...) Eran los tacos de sus zapatos de golf. Supongo que tuvo que haber caminado por toda la Casa Blanca con ellos".
La siesta presidencial: "[JFK] Nunca se echó la siesta antes, pero en la Casa Blanca creo que se hizo a la idea de hacerlo porque era tan bueno para su salud. (...) Dijo que Churchill solía hacerlo. (...) Eran de 45 minutos, y se desvestía por completo y se ponía su pijama".
Sobre ser sucedido por Johnson: "Jack me lo dijo muchas veces: 'Oh, Dios, ¿puedes imaginarte lo que le pasaría al país si Lyndon fuera presidente?". En la imagen, Lyndon Johnson tomando posesión de la presidencia en 1963, tras el asesinato de John Kennedy.
La Crisis de los misiles de Cuba de 1962: "Por favor, no me mandes a Camp David. (...) No me mandes a ninguna parte. Si pasa algo, todos nos quedaremos contigo aquí. Incluso si no hay sitio en el refugio antibombas de la Casa Blanca. (...) Quiero morir contigo y los niños también quieren en lugar de vivir sin ti".
Una broma macabra: Superada la crisis de los misiles, JFK se preguntaba si Lincoln habría sido tan gran presidente si no hubiera sido asesinado en la Reconstrucción tras la Guerra Civil. Jacqueline rememora: "Recuerdo a Jack diciendo, después de la crisis, cuando todo salió tan bien: 'Bien, si alguien me va a disparar, este sería el día perfecto".
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