martes, 27 de septiembre de 2011

Me quiero y me odio a partes iguales


Me lo dijo en un trayecto tan largo que no pudimos evitar violar tan incómodo silencio:
- Me siento sola.
Y esa soledad llegó tras un largo noviazgo roto en mil pedazos, unos amigos recién casados (y con ello aislados del resto del mundo), unos padres de otra generación... y en su trabajo todos eran unos comemierdas del jefe... y en su gimnasio todas eran más guapas y esbeltas que ella...
Luego, en uno de tantos semáforos, giré la cabeza hacia ella y traté de explicar la diferencia entre estar solo y ser solo, que la soledad podría ser algo precioso para quien sabe utilizarla.
- Si decides ir sola al cine un martes por la tarde, sabrás lo que es disfrutar de una película - dije.
- Para leer un buen libro no necesitamos compañía - dije.
- Eres la única persona que te acompaña las 24 horas del día - dije.
- Aprovecha y conócete mejor - dije.
Y entonces ella se arrugó en su asiento, y se sintió mínima, tirando a unicelular... y sumida en su espeso silenció dedicó los ojos a mirarlo todo a través del cristal. Se percató de aquellas parejas que caminaban calle abajo cogidas de la mano. Y también se percató de todos esos mendigos parapetados por sus carteles de cartón llenitos de frases hambrientas. Y con ello se acercó un poco más a la diferencia entre lo dentro y lo fuera de las cosas.

Autor:Daniel Díaz

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