miércoles, 28 de septiembre de 2011

"Los terminales somos negociadores muy duros"



Por una vez, la pregunta obligada en las entrevistas acerca de la edad del personaje es bien recibida. "Cuarenta y uno, y muy orgullosa de haber cumplido un año más", responde deprisa -y con una sonrisa que se agradece- Patricia García Prieto. Esta salvadoreña afincada en Bruselas intercala a gran velocidad durante la conversación palabras en inglés y francés adquiridas durante un periplo por Australia, Suiza y EE UU. Ha elegido para el encuentro una cafetería de un parque empresarial de las afueras de Madrid. Es puro sentido práctico: en el mismo edificio están las oficinas del laboratorio BMS, con el que trabaja en su último proyecto: impulsar mecanismos para que los pacientes -sobre todo los de melanoma, como ella- tengan acceso rápido a los ensayos clínicos, y que los medicamentos con buenos resultados sean aprobados lo antes posible. Lleva trabajando desde primera hora, así que pide el té casi por compromiso. Eso sí, cuando ve el pan con tomate no puede evitar comentar que "en España sí que viven bien".

García Prieto se vio empujada a este activismo sin buscarlo. En noviembre de 2009 le dieron el diagnóstico: su cáncer era de grado 4, el peor. "Casi a la vez me confirmaron mi plaza en una escuela de negocios de Bruselas. Soy la primera psicóloga que da clase en ella. Ironías de la vida", dice como único comentario. Entonces comenzó su calvario. "El médico me dijo que podía darme quimioterapia, pero eso es como agua en mi estado", dice. Se informó y supo que había dos tratamientos en pruebas, uno de inmunoterapia de BMS, y otro de terapia génica de Roche.

Conseguir el primero no fue fácil. "En mi hospital no lo daban, y tuve que ir a París". Al final, lo consiguió. "Los enfermos terminales somos interlocutores muy duros", presume. Con esa fuerza, su objetivo es cambiar las relaciones entre los laboratorios y los pacientes. "En vez de ir yo a verlos, que vengan ellos a nosotros. Y todos a la vez, y con la Administración. No tengo tiempo que perder".

Su idea es impulsar la Coalición Europea de Pacientes con Cáncer. "Sé que no voy a cambiar el mundo, pero hay cosas que se pueden hacer. Los médicos te tratan con paternalismo, te informan como a un niño. Y los políticos también. Y eso es muy insultante. Sé que tengo melanoma y no me hago muchas ilusiones, pero por eso mismo no me gusta que me hagan perder el tiempo", dice indignada.

Toda esta energía se convierte en ternura cuando habla del futuro. "Mi hijo mayor sabe que estoy mala, pero cuando me ve baja, me pregunta si me voy a morir en ese momento. Si le digo que no, se le pasa". Los niños, de 5 y 10 años, son su mayor preocupación. "Sé cómo quiero el final. En mi casa, con mi gato. No sé si los niños querrán estar. Este tumor puede desfigurarte mucho. Afortunadamente, vivo en un país en el que hay eutanasia, porque el final del melanoma puede ser muy doloroso". Como compañía, elige a su madre. "Tiene mucha presencia. Mi marido, en cambio, deberá ser la roca de mis hijos".

Reconoce que hacer planes de futuro le duele. "Tengo un proyecto para 2013. El año pasado me extirparon 17 tumores. No sé si estaré aquí, pero ya lo he marcado en el calendario. Por si acaso".

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