Operación Windsor: recuperar al pueblo
Tras dos décadas de frágil popularidad, un 80% de los británicos apoyan a su monarquía. Los fastos del jubileo de Isabel II culminan una insólita campaña de relaciones públicas
Hace 20 años, la monarquía británica estaba al pie de los caballos, socavada por las querellas matrimoniales entre Carlos y Diana de Gales. Hoy, los británicos adoran a Isabel II y se abrazan a la monarquía como en los mejores tiempos. Este fin de semana se echarán a la calle para celebrar el 60º aniversario de su acceso al trono: cuatro días festivos que culminarán el martes con un baño de masas de la monarca por las calles de Londres.
Detrás de ese milagro palpita la capacidad de los Windsor de reinventarse a sí mismos en tiempos de crisis, pero, sobre todo, un formidable ejercicio de relaciones públicas que ha conseguido que los miembros de la familia real se comporten menos como hieráticos elitistas y más como celebridades mundiales, dispuestos a explotar a su favor las redes sociales y los modernos sistemas de comunicación para asentar el futuro de la monarquía británica.
El 24 de noviembre de 1992, delgada y envejecida, con la voz asombrosamente frágil, Isabel II conmemoraba en el magnífico Guildhall, el salón de ceremonias de la City de Londres, el 40º aniversario de su acceso al trono. Lo que normalmente hubiera sido una ocasión alegre y festiva fue un acto casi luctuoso, en el que la reina aceptó que había vivido “un annus horribilis”. Como si la guerra entre Carlos y Diana no fuera bastante, la parte más valiosa del castillo de Windsor había sido devorada por un incendio tan solo cuatro días antes de que ella hablara en el Guildhall.
Sin apenas voz, Isabel II pareció entonar un mea culpa al aceptar que también la monarquía ha de estar sometida a las críticas. “Ese tipo de cuestionamiento puede actuar también, y así debería ser, como un efectivo motor para el cambio”, añadió. Casi 20 años después de aquella confesión han quedado atrás las amenazas sobre el futuro de la corona, la revuelta popular que provocó la muerte de Lady Di en una noche de agosto en París en 1997 y la torpe reacción de la propia Isabel, empecinada en seguir de vacaciones en Balmoral mientras Londres era un paño de lágrimas por la princesa mártir.
Hoy, el 69% de los británicos creen que Reino Unido estaría peor sin la monarquía, y solo un 22% creen que estaría mejor, según una encuesta de ICM para el diario The Guardian. Otro sondeo, de Ipsos MORI para The Telegraph, refleja que el 80% quieren que el país siga siendo una monarquía, y solo el 13% prefieren que se convierta en una república.
¿Por qué se han recuperado los Windsor con tanta rapidez de los tumultuosos años ochenta y noventa? ¿Cómo han pasado del annus horribilis de 1992 al annus mirabilis de 2012? “Desde el punto de vista histórico hay que decir que los Windsor han sido formidables en su capacidad de reinventarse a sí mismos una vez tras otra”, apunta Richard Fitzwilliams, veterano comentarista de la realeza.
“En 1917 se llamaban Saxe-Coburgo-Ghota y se lo cambiaron por Windsor”, en una maniobra para borrar sus vínculos germánicos. “En 1936 tuvimos la abdicación [de Eduardo VIII], muy traumática, pero Jorge VI y la reina Isabel se convirtieron en la familia ideal. Consiguieron cambiar la imagen de la monarquía mostrando lo mucho que se preocupaban por la gente”, añade Fitzwilliams.
En esa reinvención han influido varios factores, como el hecho de que Carlos haya rehecho su vida con Camila, duquesa de Cornualles, enterrando el fantasma de Diana; por supuesto, el impacto de la boda de Guillermo y Catalina el año pasado y el hecho de que sean vistos como dos jóvenes que se han casado por amor, no por mera conveniencia; y, claro está, el respeto que siempre ha suscitado la reina Isabel, cuya profesionalidad nunca ha estado en cuestión y a la que la vejez ha suavizado la frialdad personal que siempre ha destilado.
Pero, por encima de todo, hay unanimidad en destacar la influencia de las relaciones públicas en todo ese proceso de cambio. “El equipo de comunicación que rodea a la familia real se ha transformado por completo y es extraordinariamente profesional. Es hasta demasiado bueno: ahora todo son relaciones públicas. Eso es un cambio enorme porque antes sus asesores solían ser muy antiprensa y muy incompetentes”, explica alguien que vivió en primera persona aquella incompetencia y se refugia ahora en el anonimato.
“Lo primero que han hecho es contratar a profesionales de la comunicación. Paddy Harverson, principal responsable, era el relaciones públicas del Manchester United; es un hombre de empresa, un peso pesado de la comunicación corporativa que ha empleado a profesionales. La calidad de la gente sobre el terreno se ha transformado por completo. En los viejos tiempos eran antiguos militares; buena gente y muy partidarios de la monarquía. Pero no eran profesionales y no les gustaba la prensa”.
“El segundo cambio es que el equipo que hay ahora sabe que lo que tiene entre manos es gente famosa. No lo van a aceptar en público, porque oficialmente se trata de un asunto constitucional, la familia real, la continuidad de la monarquía y todo eso; pero en realidad saben que se trata de celebridades. La reina es quizás la persona más famosa del planeta. Guillermo y Catalina son la pareja joven top del mundo entero. Y lo saben. Y lo planean todo teniendo en cuenta eso y pensando en cosas como qué esperan los quinceañeros. Saben qué tienen que hacer en cuestiones como el ángulo de las cámaras o qué ropa hay que ponerse. Es totalmente profesional”.
El conflicto central que afrontaban los asesores reales no era tanto resucitar el apoyo a la monarquía como la fe de los británicos en los Windsor. El problema no ha sido nunca la reina. A pesar de su traspié tras la muerte de Diana, Isabel II nunca ha sido cuestionada. El problema era el príncipe Carlos, al que el público hacía responsable de la infelicidad de Diana y su fracaso matrimonial. Y, en última instancia, de su muerte.
Aunque la imagen del heredero ha mejorado mucho, solo un 39% de los encuestados por ICM quieren que Carlos sea el próximo rey, frente a un 48% que preferirían que fuera su hijo Guillermo, segundo en la línea de sucesión.
“Carlos tiene una personalidad muy compleja. Aunque es una persona con visión de futuro –basta con pensar en sus posiciones sobre el medio ambiente–, da a veces la impresión de estar especialmente comprometido con la tradición. Y no hay duda de que a veces sus formas revelan que no es muy carismático, a pesar de tener un gran sentido del humor”, explica Fitzwilliams.
“Pero creo que ahora, felizmente casado con la duquesa de Cornualles y con un servicio de prensa inteligente, da la impresión de ser una persona satisfecha. Y no creo que vaya a ser muy difícil la transición. Y de cara al futuro tenemos a Guillermo y Catalina. Lo importante en la monarquía es la continuidad. Y eso es algo que la casa de los Windsor ha logrado de forma magistral”, añade.
Los Windsor han puesto de su parte la aceptación de que, les guste o no, han de trabajar para la prensa y tener en cuenta a la galería. A veces eso no es tan difícil y es extraordinariamente rentable, como cuando hace unos días Carlos y Camila dieron un golpe de efecto al convertirse en inesperados meteorólogos en un informativo de la BBC en Escocia.
Hasta el duque de Edimburgo, célebre por sus meteduras de pata y su altanería, es visto ahora como un hombre de admirable energía a sus 90 años y un factor clave en el éxito profesional de la reina. Su rápido restablecimiento tras un problema cardiaco las pasadas Navidades y las constantes referencias positivas de sus nietos hacia él han jugado a su favor.
El trabajo de los profesionales ha transformado también al díscolo príncipe Enrique. Conocido años atrás por sus borracheras o por sandeces, como disfrazarse de nazi en una fiesta, ahora es visto como un joven militar que cumple con sus obligaciones en Afganistán y al mismo tiempo es capaz de hacer reír gastándole una broma al velocista Usain Bolt en Jamaica o poniéndose una careta de su hermano Guillermo en una carrera benéfica en Brasil, en un reciente viaje en el marco de los festejos del jubileo de la reina.
Guillermo, hombre clave para el futuro de los Windsor, ha pasado de ser el chaval incapaz de levantar los ojos del suelo en el funeral por su madre en 1997 a convertirse en feliz esposo casado con la hermosa Catalina. Su vida no tiene nada que ver con la que llevaron sus padres tras casarse. No solo porque ellos son diferentes, sino porque también la prensa ha cambiado: se han sentido culpables por la muerte de Diana. Por eso ahora no se ha visto ninguna foto de Catalina cuando va de compras al supermercado de Anglesey, en Gales, donde vive la pareja. Hay un pacto. Y funciona muy bien. Todo son facilidades para los fotógrafos en los actos públicos, y cuando no están en actos oficiales, les dejan en paz.
Hoy empieza el momento culminante de los festejos del jubileo de la reina. Isabel II estará esta tarde en el Derby de Epsom, disfrutando de su pasatiempo favorito: las carreras de caballos. Mañana es el día de las comidas populares, organizadas en miles de barriadas por todo el país, y del paseo de la reina por el Támesis acompañada por mil embarcaciones.
El plato fuerte del lunes es un pic-nic seguido de un concierto en los jardines del palacio de Buckingham, para el que tienen entrada gratuita 10.000 personas y en el que actuarán artistas como Shirley Bassey, Elton John, Annie Lennox, Paul McCartney, Kylie Minogue, Cliff Richard o Stevie Wonder.
Pero, políticamente, el día grande es el martes, con la cabalgata en carroza de la reina Isabel desde Buckingham hasta Whitehall y la plaza de Trafalgar para regresar a palacio por el majestuoso Mall. En ese gran baño de masas, los Windsor reinventados enterrarán los fantasmas que les amenazaban en el annus horribilis de 1992.
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